Al otro lado del puente: De Oslo a Estocolmo: la falacia del diálogo, otra vez

Por Anderzon Medina…

Cada vez que conversamos, nos hacemos una imagen del que conversa con nosotros y a su vez, ese otro con quien conversamos se hace una imagen de nosotros. Aunque normalmente no nos percatamos de esto, es común y natural y nos ayuda a regular eso qué decimos, cómo entendemos lo que nos dicen y así mantener una conversación en límites cordiales. Otras veces, cuando esa imagen de uno y otro no es adecuada, la conversación no sale tan bien y necesitamos echar mano de herramientas retóricas si la intención es llevar la conversación a feliz término.

Esta dinámica trata de cómo te concibes a ti mismo y al que tienes enfrente dentro de una conversación o, llamémoslo ingenuamente: diálogo. Cómo te ves frente al otro en la realidad en que están dialogando, cómo ves al otro frente a ti, cómo piensas que el otro te ve a ti y al diálogo o conversación misma. Con esa muy compleja, orgánica y dinámica interacción es que lidiamos cada vez que hablamos con alguien, ya sea mientras pedimos un café o nos quejamos de la situación en alguna de las ya normalizadas colas para tener acceso a cualquier bien o servicio. Ese algo que hacemos tan naturalmente está fallando en las insistencias de diálogo en las que se enfoca la comunidad internacional, ofreciéndonos, de nuevo, la ayuda que no necesitamos.

Así, en esos tantos diálogos que se han tenido, lo que se aclara cada vez más es la incapacidad de las fuerzas políticas de oposición en hacerse una imagen adecuada de la situación misma del diálogo. Es decir, asumen ese diálogo (en cada uno de sus diferentes capítulos) como uno en el que las circunstancias de la tragedia venezolana estuvieran pausadas, asumiendo que el diálogo per se es la solución y no sabiendo leerse a sí mismos ni a su interlocutor (el gobierno) ni los roles que pueden ejercer en las limitaciones que las circunstancias obligan.

He de insistir en que no se trata de ofrecer el diálogo como la tabla de salvación que tanto ha servido al socialismo del siglo XXI. Todos recordamos a César Gaviria, cuando fungió como mediador en la mesa de negociación y acuerdos entre 2002 y 2003, y su reporte diario en tono desesperanzado comunicando que las partes no llegaban a ningún acuerdo. El diálogo de sordos ha sido ya históricamente una herramienta de dilatación claramente utilizada por esta versión tropicalizada de socialismo para ganar tiempo y asegurar su estadía en funciones. Mientras que la oposición en funciones se muestra timorata e ingenua al pensar que quien está enfrente efectivamente busca construir algo en conjunto a través de ese diálogo. Concebir e insistir en diálogos con un interlocutor que los utiliza para dilatar es una inocentada del tamaño del planeta. Pero como cuesta creer en políticos ingenuos, entonces se abre espacio para las tesis del colaboracionismo que en los últimos años ha dado al traste con muchas figuras políticas que parecían de oposición y que mostraron que son de cohabitación.

Se trata de procurar espacios en los que cada quien sea un usuario eficiente de su propia lengua, que reconozca lo que efectivamente puede surgir de una situación y sus circunstancias, de negociar y acordar por un bien mayor. Pero no por esto se trata de sufrir de amnesia repentina y olvidar que el diálogo en las circunstancias en que se ha dado no ha funcionado como un espacio de negociación y acuerdos respetados. No reconocer eso e insistir en las mismas circunstancias esperando resultados distintos es ignorancia, locura o colaboracionismo. En el caso del portavoz del secretario general de las Naciones Unidas cuando habla esta semana de “apoyar cualquier esfuerzo que intente reunir las partes y tratar de abrir un diálogo que conduzca a una solución política a la situación actual”, podemos darle el beneficio de la duda y asumir su desconocimiento de la complejidad de nuestra situación. En el caso de la oposición en funciones, el beneficio de la duda se acabó. Esto puede dirigir la atención de las masas, una vez más, a buscar un individuo capaz que solucione los problemas que tenemos. Y esa sola posibilidad allí mostraría que no hemos aprendido mucho en 40 años de crisis social y política.

Profesor ASOCIADO. Universidad de Los Andes

@medina_anderzon