El Caminante: «Temple de acero»

Por: Valentín Alejandro Ladra…

Tiempos difíciles requieren forjar nuestra mente y espíritu en la fragua celestial del Cosmos

Los días, meses y años pasan y nuestro ser, que ansía paz y felicidad en esta tierra de gracia, pareciera deteriorarse en cuerpo y alma. En vez de usar la escalera soñada del Job bíblico -quien por cierto luchó, imaginen ustedes, aunque sea metafórico, con un ángel (¿hay ángeles buenos y ángeles malos?), y lo venció- para alcanzar la sutil luminosidad celestial, pero si la memoria no me falla se quedó dormido, o algo así.

¿Significa esto que el ser humano, por más que se enfrente a dificultades y penurias y hasta llegar a vencerlas, no puede subir peldaño tras peldaño esa mística escalera, por más que luego se hayan logrado baladas de rock musical con ese título «escalera al cielo»?

Llegó el momento de templar el acero de nuestra mente, del cuerpo y alma. Sin excusas. Los pusilanimes deben reempensar lo que es la circunstancia en que se vive.

Es ahora que debemos reforzar nuestro ser, y saber en verdad quienes y qué somos, de qué estamos hechos: si del barro bíblico moldeado por un universo múltiple, que como la sal desaparece en el agua, o, por el contrario, renacemos como el mítico ave fénix, con mayor fortaleza espiritual.

Ni Roma ni el Mundo se construyó en un sólo día. Pasaron miles, millones y billones de años.
Nosotros los humanos, que habitamos este planeta desconcertante, podemos realizar increíbles prodigios, pero también las más terribles tragedias y horrores.

Hemos pasado ya muchos años dramáticos, que con cada minuto se torna más abominable. Nuestra vidas pareciera que son carcajadas del diablo, que goza con su sadismo torturándonos una y otra vez. Como el malvado Seth del antiguo Egipto que descuartizó a su hermano el buen dios Osiris, y que su también diosa Isis -no es el sangriento califato que se hace llamar así- pasó su vida reuniendo los despojos del cuerpo de su marido. Como numerosos ejemplos de la historia antigua y contemporánea, donde el humano ha padecido los peores tormentos en incontables atrocidades.

Es verdad, tanto la razón como el espíritu pueden tambalear y hasta llevar a la desesperación y oscuras depresiones. Es la anhiquilación total. Esto conlleva a la indiferencia, al abatimiento y desazón, a dejarse llevar por tormentosas corrientes hacia mares inciertos y tenebrosos, donde voraces serpientes marinas terminan de llevar nuestras existencias al olvido eterno.

No somos ni zombies ni esclavos. Somos seres humanos forjados en el fuego celestial. Debemos rescatar nuestra fuerza interior, renovar y redescubrir el «temple de acero» -me hace recordar un film del oeste tan llamado protagonizado por el mítico actor John Wayne, que tenía un parche negro en uno de sus ojos- que existe en los pliegues de nuestras almas.

Nuestra mente es un privilegio único, del cual utilizamos si acaso un 10 o 12 por ciento. Algunos uno más, como los grandes creadores que elevaron nuestra especie de lo animal. Utilicemos esa innata capacidad y tratemos de elevar nuestro coheficiente. Nuestras familias, los amigos, el entorno, el país, el mundo, los luminosos seres sutiles del universo los alabarán por siempre.

La rebelión es contra el mal, contra la oscuridad, contra la injusticia, hasta contra nosotros mismos.
No seamos camarones para que nos lleve la corriente al olvido eterno. Debemos renacer nuestra estirpe del Bien, así con mayúscula. Que sus pulmones tomen aire bendito y la luz de la verdad llegará. Hagamos historia, seamos la luz que es la misma evolución universal.

Para que el mundo y todos ustedes lo sepan, especialmente aquellos quienes aun no lo tienen claro: nuestra lucha es el Bien contra el Mal, la Luz contra la Oscuridad. Nuestro es entonces el triunfo.

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