¡¡Cobardes!!

Por: Antonio José Monagas

PIDO LA PALABRA

 Esta presumida “revolución pacífica”, lejos del proyecto ideológico ostentado y sustentado en una hipotética “democracia participativa”, sólo ha dejado ver el terror de la maquinaria del Estado absoluto contra el ciudadano.

Los tiempos de revolución, son extremadamente exigentes. Hay quienes dirían, tiempos encendidos dado el carácter irascible que sus días pueden tomar. Arrojan resultados que no siempre se corresponden con los objetivos originariamente trazados. Así ha sido a lo largo de las distintas revoluciones que han caracterizado el devenir político del mundo. Aunque si bien podría inferirse que en sus causas hay semejanzas, no hay duda de que sus desarrollos han sido distintos. Al menos, es lo que se colige de revoluciones que marcaron la manera de acuciar procesos sociales y económicos en la esfera política internacional. La Revolución Francesa, la Revolución Inglesa, la Revolución Mexicana o lo que aconteció en el plano de la Independencia de los Estado Unidos, fueron hechos que trascendieron su tiempo. Pero de ahí, a hablar de la revolución pretendida por el régimen de fuerza venezolano, es un verdadero exabrupto.

La mal llamada “revolución bolivariana” no ha sido más que la enmascarada intención de revertir el cuadro de problemas que, en 1998, padecía Venezuela a consecuencia de la “antipolítica” o concepción amañada de aquella situación que desconoce a la política como el eje sobre el cual se fundamenta la ciudadanía y que tergiversó perversamente su praxis. En el curso de su realidad, esta disparatada revolución produjo el colapso de instituciones emblemáticas del país. No conforme con descarrilar la democracia hasta entonces alcanzada, incitó la polarización de la sociedad lo que devino en conflictos cuyos niveles de violencia han mancillado derechos fundamentales y estremecido sentimientos nacionales.

Tan presumida “revolución pacífica”, lejos del proyecto ideológico ostentado, sustentado en una hipotética “democracia participativa”, sólo ha dejado ver el terror de la maquinaria del Estado absoluto contra el ciudadano. Ha utilizado su poder para descuajar esperanzas, someter voluntades y desairar propuestas indicativas de la capacidad de una nación forjada con valores morales y con sentido de libertad.

En el fragor de lo que ha significado esta “revolución” a la que muchos denominan “robolución”, cuyos resultados llevaron el país a los desnudos momentos de épocas teñidas de sangre y tejidas de miseria viva, sus conductores han actuado disfrazados de “demócratas” sin entender que sus pretensiones daban al traste con exigencias de paradigmas alineados con el pluralismo político y el desarrollo económico y social. Sus gobernantes, se empeñaron en manejarse con un lenguaje de odio que animó la naturalización de conductas pusilánimes que indujeron a que altos funcionarios se permitieran actitudes vergonzosas alejadas de todo condición de dignidad, ecuanimidad y respeto al otro.

Al término del primer año de gobierno, luego de la desaparición del protagonista de tan deplorable espectáculo de circo de orilla, la crisis política, económica y social que ya venía haciendo aguas, alcanzó su paroxismo. La maltrecha retórica presidencial actual, cargada de eufemismos, sarcasmos y humillaciones, además de referencias de una historia engañosamente inventada, contribuyó para que el país se desfigurara bajo la égida de la anarquía y de la violencia solapadamente promovida por personajes del nauseabundo oficialismo. Tanto que hoy se habla de Venezuela por sus muertos, heridos por la represión oficialista, desaparecidos, torturados, presos políticos, expropiaciones gubernamentales y niveles de corrupción, inflación y hasta de contaminación atmosférica por gases lacrimógenos empleado por acción de la coerción en nombre de la presunta estabilidad del régimen.

Ahora, después de tanto maltrato, es necesario movilizar la sociedad hacia derroteros en los que pueda respirarse aires propios de un sistema político ciertamente democrático. De esa forma, podrá rescatarse el sentido de la política de ese atolladero en que está sumida por causa de la mezquindad e inmoralidad de quienes desde el alto poder actúan como valentones y fanfarrones. Pero que finalmente no son más que un puñado de “cobardones”.

“La política se desacredita cuando el político asume una actitud egoísta, propia de quien no reconoce en la tolerancia la virtud necesaria para la convivencia democrática”

AJMonagas