¡Cómo duelen la renuncia y los adioses!

Decir adiós puede llegar a ser profundamente doloroso. Despedirse de lo que se ama y que quizás sea para siempre “es el final de un proceso, el lugar donde la crisis, sea de la índole que sea, se resuelve en muerte o renacimiento”. El acto de pronunciar la palabra “adiós” señala de forma inequívoca el lugar de la existencia en que nos encontramos, lo que tenemos y lo que no, mientras delante se extiende un territorio de exilio que habrá que recorrer en soledad hasta una nueva tierra. Resignarse a perder lo que se tuvo, tu casa, tu familia, tu cotidianidad. No  poder mirar los mismos paisajes, esos a lo que estabas acostumbrado. No continuar con tu rutina de los domingos; tomarte un cafecito caliente, ponerte tus zapatos de correr, entrenar un rato; comprar las flores para adornar la casa en el mismo quiosco donde el señor, también te guarda el periódico. Saber que cuando te hayas ido muchas cosas cambiarán en tu vida, habrás perdido el sentido de pertenencia  del país que te vio nacer y serás un extraño, y tendrás que adaptarte, y tal vez llores por las noches añorando lo que fue tu hogar.

Millones de venezolanos, para no entrar en cifras, han tomado la decisión de renunciar a su vida en Venezuela para irse a probar suerte, a  aventurarse  por otros senderos, a buscar otras calles pertenecientes a ciudades desconocidas, con gente, también desconocida.¿ Qué puede motivar a un ser humano a alejarse de los sitios más queridos?¿Qué puede impulsar a una persona a dejar lo que le es más cercano, más grato, mas suyo? Para Zenia Santiago, una merideña de pura cepa, con 78 años sobre su espalda, es la crisis económica y moral que azota al país la que la obligó a aceptar la invitación de su única hija que reside en España, “porque ya no aguanto más-dice- con lágrimas en los ojos y una mirada muy triste, llena de desilusión. Yo amo mis montañas, los  verdes y las luces de la cordillera. Cuando abro mi ventana y veo  lo que estoy dejando, se me hace un nudo en la garganta y me siento desdichada. Le aseguró,que si no fuera porque estoy pasando muchas necesidades y no veo salida a esta crisis  terrible, me hubiera gustado morir aquí, pero ahora que me tengo que ir, tal vez mis huesos reposen en algún cementerio lejano, ignoto, perocon todo el sufrimiento de mi alma, no pienso a regresar.

Zenia es una mujer fuerte, vigorosa, que trabajó durante años  en el Ministerio de Relaciones Exteriores. Su viaje ya tiene fecha, el 10 de julio.Se despide de sus amadas tierras andinas, con un sentimiento extraño y profundo: resignación y dolor. Le dirá adiós a sus montañas, a su sierra nevada, a la neblina mañanera, al sol de su ciudad, a los muchos amigos  y amigas, a sus hermanas , en fin , un adiós significa muchas cosas, pero más que todo implica una renuncia a lo que uno fue.” Sacaré fuerzas del coraje que siempre he tenido-aclara –y cuando llegue trataré de poner todo mi empeño en hacer de mi estadía en España algo maravilloso, especialmente por mi hija y mi nieta. Seré útil, y en mis oraciones-porque soy muy rezandera- estará presente mi amada Venezuela, rogándole a Dios nuestro Señor que esparza su luz y disipe las tinieblas.

Irse o quedarse es un dilema difícil de resolver y al cual se enfrentan, ahora,  muchas personas. No puede haber juicios de valor en este sentido porque cada quien conoce las razones que lo llevan a decirle adiós a su patria. Es angustioso ver cómo cada día se incrementa la diáspora de venezolanos que se esparce por diversos lugares del mundo. Venezuela fue siempre un país de acogida, no de despedidas.

Arinda Engelke.