Con fundamento: Por sus frutos los conoceréis»: las incomprendidas políticas de la Iglesia

Por: Bernardo Moncada Cárdenas…

«…que por mucho que miren no vean, por mucho que oigan no entiendan» (Marcos, 41-20)

A más de dos mil años de inicio de la misión de Jesucristo en la tierra, su presencia – continuada en la Iglesia- ha pasado de estar en un centenar de seguidores acosados a conformar la institución más imponente del mundo, extendida en todo el planeta y organizada en la disciplinada red que, teniendo como corazón El Vaticano, obra coordinadamente centrada en principios cuidadosamente transmitidos y sostenidos. Es imposible que una presencia de tal escala no impacte en su ámbito y en su tiempo; Jesús mismo, sin menoscabo de la naturaleza estrictamente religiosa de su obrar, impactó políticamente la historia, de modo que –si bien la frase «Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios» (Mateo 22, 15-21), aclara una neta independencia respecto al problema del gobierno y la política-  en su sublime y consciente sacrificio tuvo peso determinante la relación con los poderes establecidos.

La misión de la Iglesia es educativa y de apostolado, pero si estos fines se confunden con los del proselitismo político se cae en un grave error. El mensaje y el ejemplo de Jesús pretenden educar humanidad proponiendo una historia de conversión individual, totalmente libre, a cada persona, sin tomar en cuenta razas, sexo, nivel socioeconómico, nacionalidad, ni militancias; el hecho de que una de las más extravagantes conversiones haya sido la de Saulo, luego conocido como San Pablo, quien, como Nicodemo, no perdió su condición de fariseo, pero decidió adherir a Jesús y predicar el cristianismo, lo demuestra. Tal forma de actuar que no pretende eficacia proselitista en su proceder, ha resultado enormemente exitosa en la historia: por ejemplo, sin enfrentar directamente la aberración de la esclavitud, hizo que esclavos y amos llegaran a ser hermanos en la fe, que los esclavos les predicaran a sus amos y estos les siguiesen, con el resultado de la progresiva desaparición de la esclavitud.

Esto resulta de casi imposible aceptación para el mundo, para la mentalidad mundana. Ésta, poseída por la egolatría y el peso de ciegos cálculos individualistas, encuentra a priori incomprensibles e incoherentes las acciones de la Iglesia, pues se requiere una apertura, una curiosidad casi infantil, y un modo sincero, honesto, de valorar las cosas, que una mentalidad así desprecia e ignora, por mucho que miren no ven y por mucho que oigan no escuchan. En Venezuela la conducta de la jerarquía eclesiástica es condenada por muchos como paradójica, incoherente. ¿Cómo puede Francisco, el actual Pontífice, llevar relaciones más o menos cordiales con regímenes evidentemente anti-cristianos como el cubano o el que ahora detenta el gobierno en Venezuela?, ¿Qué procura al evitar condenas categóricas contra regímenes políticos como estos? Y ¿cómo es posible que, actuando así, se arriesgue a designar personalidades claramente contrapuestas al proyecto ideológico-político oficialista, como son el cardenal Baltazar Porras y Monseñor Víctor Hugo Besabe, a la cabeza de importantes arquidiócesis venezolanas? El día anterior a la discutible toma de posesión de Nicolás maduro como presidente, el episcopado venezolano se pronunció con una terminante exhortación subrayando a su vez la ilegitimidad en origen del nuevo mandato, que ha sido realizado sobre la base de elecciones no democráticas. El Papa Francisco, quien en ocasiones se ha negado a recibir al déspota venezolano, pero a veces lo ha recibido, ha expresado repetidamente su preocupación por nuestra situación, y la Conferencia Episcopal venezolana –con todo y haber decidido la Santa Sede acompañar a Nicolás Maduro para la incierta investidura-, en comunión con el Papa, piden «al pueblo venezolano […] que tienen que activarse: activarse las instituciones, los partidos políticos, de oposición, los gremios, las universidades, las instituciones, en fin, todos, pero desde un ámbito de la paz.»

Al mismo tiempo Monseñor Basabe, por segunda vez en una de las tradicionales “Visitas” de la Divina Pastora a Barquisimeto, de nuevo ha cosechado multitudinario aplauso al condenar la política gubernamental y sus funestos efectos en el pueblo. ¿Creemos en serio que todos estos vientos de fronda sean desconocidos por el Papa? La iglesia ha advertido desde el comienzo sobre el problema de la masiva emigración de venezolanos, ha exigido repetidamente un cambio de conducta del gobierno, y trabaja arduamente para casi contrabandear hacia el pueblo los medicamentos imposibles de adquirir en esta situación.

No puede hacer mucho más la Iglesia que consolar y sostener al desvalido, mientras se mantiene en oración y se plantea como un factor de ayuda para la liberación de la nación, a la vez que prefiere conservarse como posible espacio donde las condiciones para una salida no-violenta del régimen puedan generarse. El tiempo de las cruzadas armadas fue superado hace ya mucho.