Con fundamento: ¿Qué hacer? Empujar desde abajo

Por: Bernardo Moncada Cárdenas…

¿Quién creen que desapareció a la Iglesia en Cuba? ¿El comunismo, los Castro? Fueron los católicos mismos quienes dejaron reducir la Iglesia cubana a lo que había caído. (Parafraseando a Monseñor Baltazar Cardenal Porras Cardozo)

«La Fe es una iglesia, una catedral enraizada en el suelo…

La Caridad, un hospital, un sanatorio que recoge todas  las desgracias del mundo.

Pero sin esperanza, todo eso no sería más que un cementerio» Charles Péguy, poeta

El estado de frustración e impotencia en que vive enorme proporción de nuestros compatriotas es, en gran parte, sugestión exitosa, uno de los mayores éxitos del plan castrista que domina a Venezuela. No es la primera columna donde propongo esta visión de nuestra actual dinámica social.

Innegable el deterioro de las condiciones de vida que sufrimos, innegable el efecto demoledor de las políticas oficialistas de manipulación sobre la economía afectándonos a todos, innegable la delincuencia, innegable el caótico estado de los servicios públicos, innegable la desbandada que ya se cuenta por millones, buscando situaciones más vivibles, todo ello es objetivamente constatable, negarlo sería ceguera criminal. Pero también es comprobable que la actitud con que afrontamos este proceso de deterioro, a todas las escalas y todos los niveles, contribuye a afianzar y proteger el régimen que una pésima decisión electoral nos echó encima dos décadas atrás.

Se ha declarado la guerra silenciosa contra los venezolanos, una invasión ha tomado nuestro territorio. No es la típica guerra como la de los sesenta contra los novatos gobiernos democráticos. Esa guerra la ganamos y se dio por terminada, aunque el enemigo jamás se dio por vencido; hoy lo vemos campear haciendo de Venezuela su bastión. Es guerra silenciosa, si bien provista de abundante propaganda mediática y en redes sociales. Tiene como campo de batalla el espíritu de cada venezolano, en todo estrato socioeconómico y nivel educativo.

El primer cuerpo enviado a este singular combate fue el Batallón de Falsedades, exagerando las corrupciones del “puntofijismo y las cúpulas podridas” y prometiendo lo que estaba lejos de los verdaderos propósitos del embustero, así implantó el dominio de la mentira y la desinformación, culminantes en el carnet de la patria, el reciente programa de recuperación económica, el plan de ahorro en oro y el plan de regreso a la patria. Un ejército de equívocos ha ocupado la mente de los venezolanos: unos pocos ilusionados, otros aterrados y, los más, distraídos chismeando y discutiendo. Y así, marchan los infames cuerpos: Batallón del Terror judicial, el de la Represión, el del Hampa Impune, el de la Hambruna Gobernada, el de la Destrucción de la Propiedad, el del Desánimo y el Parasitismo Populista, el de Desmoralización del Pueblo, devenido de ciudadanía en populacho y, sobre todo, el Batallón de Desesperanza e Impotencia. En esa guerra, peleada con los más sutiles instrumentos de la “Psy-War” o Guerra Psicológica, hasta los disparos y las lacrimógenas han estado al servicio de la estrategia principal, aquella dirigida a conquistar nuestras almas, una estrategia que pareciera definitivamente vencedora. La primera baja ha sido la esperanza.

Y sin embargo, subsisten iniciativas, voluntades, energías productivas, propuestas, laboriosidades, que en número sorprendentemente alto luchan, sin desconocer las dificultades que opone el régimen, para generar desde abajo una respuesta venezolana ante ese inmisericorde ataque. Éstas no dependen de ideología partidista alguna ni se quiebran ante los evidentes fracasos de estrategias opositoras. Es la presión persistente; es el buen padre que espera el regreso del Hijo Pródigo, de ese que, de haber encontrado vacía la casa a su regreso, no hubiera tenido más opción que la muerte. Esa presión debe ir hacia los lados, hacia el vecino, el transeúnte, la conversación casual en las colas, los escritos que seamos capaces de publicar, pues es responsabilidad de cuanto venezolano consciente exista. En un discurso sobre la esperanza en 1995, en Hiroshima, Vaclav Havel, el disidente checo, finalizó: «En conclusión: si la humanidad alberga la más mínima esperanza de tener un futuro digno, esta pasa por el despertar de un sentido universal de la responsabilidad, la clase de responsabilidad cuyas raíces son mucho más profundas que las de un mundo de intereses mundanos y efímeros…  yo también he anclado mi esperanza a algo concreto e innegable, a las universales raíces de la consciencia que la humanidad tiene de sí misma. Esa es la realidad; desconozco si el mundo tomará o no el camino que la realidad ofrece.»

La supervivencia de esa esperanza justifica el gran cambio político que se acerca. Si la guerra que parecemos estar perdiendo es sobre todo mental, hasta el grado de amenazar lo mejor de la esencia humana del venezolano, es en ese terreno donde primero debemos defendernos ¡A empujar desde abajo!