Con fundamento: “Todos los caminos conducen a”… ¡la Amazonía!

Por: Bernardo Moncada Cárdenas…

«Los desiertos exteriores se multiplican en el mundo porque se han extendido los desiertos interiores.» Benedicto XVI, abril 24, 2005

Puede que para muchos de quienes leen, subyugados por el monstruo de cientos de cabezas que azota la cotidianidad de Venezuela, interesarnos en el Sínodo de los Obispos para la Región Panamazónica, iniciado el domingo en El Vaticano para culminar el 27 del mes, parezca distracción inoportuna. No es riesgoso decir que aún muchos de quienes se confiesan católicos practicantes menosprecian este extraordinario gesto de su Iglesia, llamado por el Papa Francisco desde octubre 2017 y donde participan obispos de nueve países cuyos territorios abarcan áreas de la Amazonía: 58 de Brasil, 15 de Colombia, 12 de Bolivia, 11 de Perú, 7 de Ecuador, 7 de Venezuela, y 4 de Antillas. Además, 13 jefes de dicasterios de la curia, 33 miembros nombrados directamente por el Papa, 15 elegidos por la Unión de Superiores Generales, 19 miembros del “consejo presinodal”, 25 expertos, 55 auditores y auditoras, 6 “delegados fraternos” y 12 invitados especiales.

El propósito central del sínodo está descrito como “identificar nuevos caminos para la evangelización de esa porción del Pueblo de Dios, especialmente de los indígenas, frecuentemente olvidados y sin la perspectiva de un futuro sereno, también como resultado de la crisis de las selvas amazónicas, pulmón de capital importancia para nuestro planeta”.

Quienes no habitan las vastas áreas amazónicas de Venezuela pueden sentir este llamado como algo lejano y ajeno. Es la actitud propia de quien ignora su propio país. La Amazonía venezolana ocupa principalmente nuestros dos estados más extensos: Bolívar y Amazonas, incluye el estado de Delta Amacuro al noroeste y una pequeña porción del estado Apure, sumando 491.389 km², ¡Algo más de 50% del territorio nacional! Es cierto que solamente un poco más del 8% de la población habita nuestras extensiones amazónicas, pero es tal el caudal hídrico y el potencial hidroeléctrico de los que depende la estabilidad climática y la energía eléctrica, que sin esa paradisíaca región nacional resulta impensable la supervivencia. En nuestra Amazonía existen asimismo 24 de los pueblos indígenas que continúan en Venezuela.

Nuestra negligencia frente a tan notoria realidad es de ser examinada. Reconociendo y valorando su trascendencia, Francisco, un pontífice doblemente novedoso por su condición de latinoamericano y científico, promueve este gigantesco llamado de atención a quienes nos empeñamos en dejar las preocupaciones sobre esa vital realidad a gobernantes, buenos o malos, y a misioneros o compañías de minería o madereras, así como a los grupos militantes de ecologistas. Desde 2015, año de la emisión de la carta Apostólica ‘Laudato Sí, Sobre el cuidado de la casa común’, el Papa resume un doble desafío que ya viene de los anteriores pontificados. Por una parte interpela nuestra pasividad frente a la responsabilidad compartida por la llamada “casa común”; por otro alerta sobre las deformaciones ideológicas que hacen del falso ecologismo e indigenismo un pretexto para dominar los pueblos.

De la valiosa delegación venezolana sobresalen el obispo de Bolívar, Monseñor Ulises Gutiérrez, y el Arzobispo de Mérida y Administrador Apostólico de Caracas, Su Eminencia Cardenal Baltazar Porras Cardozo. El hecho de que Baltazar Porras haya sido designado por Su Santidad Francisco como uno de los tres presidentes delegados que lo representan es significativo. Además del cardenal venezolano, dos cardenales de Perú y Brasil –países que cuentan con las mayores proporciones de territorio amazónico- conforman el sinodal triunvirato; la responsabilidad de nuestro querido Cardenal obedece a otra motivación. Venezuela está siendo, como ha denunciado repetidas veces el obispo guayanés, objeto de despiadada explotación y destrucción de sus áreas selváticas, mientras los pueblos originarios –contrariando la verborrea indigenista del régimen- ven contaminar e invadir sus territorios, reprimir sus protestas y eliminar sus líderes. Las inversiones hechas en generación hidroeléctrica –por otro lado- son mal manejadas y desatendidas, perjudicando, para desgracia de todos, el territorio dependiente de ellas, concentrando esfuerzos en cambio en explotar y entregar al máximo los yacimientos minerales que el Creador prodigó a nuestra Guayana.

En su homilía de la misa inaugural, afirmó Francisco: “El fuego aplicado por los intereses que destruyen… no es el del Evangelio. El fuego de Dios es calor que atrae y reúne en unidad. Se alimenta con el compartir, no con los beneficios.” Tal es el gran tema: unidad y compartir. Sin-odos significa “camino en común”; el desafío de esta Amazonía desde Roma nos llama a hacer nuestro ese camino de comunión, no dejándolo solamente en manos de obispos y expertos, el llamado es a hacer florecer nuestros propios desiertos interiores, a la luz del Evangelio, para que no sigan extendiéndose los desiertos exteriores.