Con fundamento: Y la Plaza volvió a ser de Bolívar: cuando Mérida se reapropió de su corazón

Por: Bernardo Moncada Cárdenas…

“Parece proceder del árbol, hurtar el alimento del árbol. Pero es lo contrario, es de él de donde todo procede. Sin ese brote que apareció una vez, el árbol no existiría.” (Charles Péguy)

Una semana después de la gigantesca demostración de repudio a la situación que oprime a Venezuela entera, en un gesto masivo y unánime, estamos explicablemente enfocados en la secuela y los resultados. Pero la historia no se hace como las novelas o los filmes, con un guion pensado y elaborado; son los acontecimientos generados por la libertad del hombre, que responde a provocaciones y presiones en modo muchas veces inesperado, que van dando forma a un proceso que luego viene a ser entendido y explicado, cobrando estatura épica y dando su pedestal a los líderes y héroes.

Suficientes analistas y pronosticadores ya se ocupan del proceso histórico nacional. Estas líneas se centran en lo que ocurrió en la ciudad una semana atrás.

Observando la dinámica urbana y su contenido político, uno de los efectos más notorios de estos veinte años de hegemonía ideológica ha sido el secuestro de la Plaza Bolívar de Mérida. El chavismo se apoderó de la gobernación, y no contento con el palacio de Gobierno y el Consejo Legislativo, desplegó un mecanismo de ocupación de la plaza, copando sus espacios con todo tipo de personajes que, con actitud agresiva cuando no violenta, fueron alienando al ciudadano de su espacio emblemático. La desidia y la impunidad, además, hicieron que no solamente la plaza comenzase a ser experimentada como un espacio ajeno, sino como un espacio inseguro de por sí.

Durante estos veinte años, el carácter de espacio cívico por excelencia se perdió, y los ciudadanos –quizá por ignorancia o falta de atención- lo permitimos. Tan evidente fue este hecho que toda manifestación política que no secundase la hegemonía roja fue desterrada de ese espacio. Las fuerzas policiales, al exclusivo servicio del proyecto ideológico dominante, impedían todo acercamiento a cuadras de distancia. Uno de los grandes logros de la ofensiva psicológica destinada a sumir al pueblo en una humillación resignada, fue usar las armas para arrebatarle el ámbito que tan orgulloso le ha hecho desde que Mérida moderna le dio su actual rostro. Sólo la Catedral y el Palacio Arzobispal se salvaban (parcialmente, porque no estaban exentos de agresiones a través de grafitis y otras ofensas al patrimonio). Es de recordar particularmente cuando, en 2014, las mujeres de Mérida convocaron a una de las más hermosas marchas, presidida por los sacerdotes de las parroquias emeritenses, recorriendo la ciudad en oración y llamando a la paz y la justicia. Dado el carácter religioso del evento, no pudo impedirse su acceso a la plaza, aunque se la encontró rodeada de un muro de escudos esgrimidos de policías con armaduras anti-motines, como si lo verdaderamente sagrado fuese la posesión excluyente de ese espacio público.

La movilización del 23 de enero, en cambio, brindó a la ciudadanía merideña la experiencia de reapropiarse de su Plaza Bolívar. En pacífica euforia, Mérida llenó abrumadoramente el espacio con su alegría y su fervor y recobró el señorío del pueblo sobre el simbólico cuadrilátero urbano. No creo que esto se haya dado en los otros estados, dado que el nuestro fue uno de los pocos que con disciplina y decisión derribó con votos la hegemonía que se había enseñoreado de esa vital área. Cuando se convocó a concentrar las movilizaciones culminando en ella, el primer pensamiento se preocupó por su insuficiente capacidad frente a una manifestación de la escala que se veía venir. Pronto quedó clara la importancia de esa decisión, independientemente de que la multitud hubiera de apretujarse y colmar las calles aledañas también.

El hecho de recobrar para todos sin exclusiones este conjunto urbano que da sentido y fisonomía al ser merideño, tiene que ser valorado en sí mismo, aunque no perdamos de vista el contexto de acontecimientos que tan importantes están siendo. No hay que permitirse recaer en la indiferente rendición de esta bella y majestuosa plaza. Con nuestros actos defendamos y protejamos la generosidad, pulcritud y dignidad, que en ella deben expresar la pluralidad y el civismo que históricamente han caracterizado a Mérida.