El mito del Dorado convertido en Arco Minero

Por: Germán Rodríguez Bustamante…

El dorado es un legendario reino o ciudad, supuestamente ubicado en el territorio del antiguo virreinato de Nueva Granada, era una supuesta zona donde se creía que existían abundantes minas de oro. La leyenda se origina en el siglo XVI en el área geográfica que ocupan actualmente Colombia y Venezuela, cuando los conquistadores españoles tienen noticias de una ceremonia realizada, donde un rey se cubría el cuerpo con polvo de oro y realizaba ofrendas en una laguna sagrada. La supuesta existencia de un reino dorado motivó numerosas expediciones y se mantuvo vigente hasta el siglo XIX. La Dictadura encabezada por Maduro, en un acto de desespero para mantener el nivel de apetencia de la clase gobernante, declara una zona especial de explotación minera en la cual supuestamente existe ese reino dorado. La propuesta de Maduro surge como un intento desesperado por llenar las arcas de la nación y sustituir la caída de los precios del petróleo. La riqueza insuficientemente explotada hasta el momento de los yacimientos de minerales, son el incentivo ofrecido a inversionistas nacionales y extranjeros, quienes se apresuraron a constituir empresas de maletín para obtener mayores ventajas de esta nueva oportunidad de hacer negocios con un Estado corrompido. Para el financiamiento de la locura del “arco minero” a gran escala, el día gobierno venezolano aseguró haber convocado a 150 empresas venezolanas y extranjeras, pero apenas 16 han formalizado convenios y se han creado cuatro empresas mixtas, de las cuales solo una tiene presencia visible en la zona oriental del Arco Minero del Orinoco. El proyecto avanza sin que se hayan elaborado los correspondientes estudios de impacto ambiental y sociocultural.

Después de dos años y medio de la creación del Arco Minero del Orinoco, los ingresos adicionales que el gobierno esperaba obtener de las minas siguen enterrados en el subsuelo. Y, mientras tanto, la industria petrolera se ha derrumbado al extremo de que la producción en 2017 disminuyo casi 15% en relación con el año anterior y se ubicará en los peores niveles en los últimos 30 años, según cálculos de la estatal PDVSA. Cuatro años de recesión sin precedentes han contraído la economía en más del 30 %. Una inflación descontrolada (la más alta del mundo) golpea a los venezolanos. La gente hace cola no sólo para comprar comida, sino para encontrarla en la basura. Los medicamentos esenciales escasean haciendo la vida de los ciudadanos insoportable.

Mientras esa realidad condena a los venezolanos a un exterminio ineludible, en el arco minero o el “reino del dorado”, la autoridad del Estado venezolano ha sido sustituida por la crueldad extrema de los grupos de delincuencia organizada o pranes, alojados en la zona, los cuales se benefician de la minería ilegal e imponen sus reglas a sangre y fuego, actuando con patente de corso. La deforestación y el uso del mercurio en la actividad minera, se continúa desarrollando caóticamente causando estragos ambientales y violando el derecho a la tierra de 198 comunidades indígenas, algunas de las cuales han rechazado rotundamente el cianuro como alternativa supuestamente ecológica promovida por el gobierno y avalada por el ministerio de ecosocialismo.

La Dictadura exhibe como un logro del ecocidio generado en el mito del dorado, la entrega de oro metálico al BCV, sin embargo estos «supuestos» kilos no forman parte de las reservas internacionales de la nación. Lo cierto es que la destrucción ambiental y cultural producida por la busca insaciable de riqueza de la unión cívica militar, es similar a la voracidad inagotable de los conquistadores españoles de la época de la colonia. El estamento militar esta embarrado hasta el cuello, en el desarrollo de una actividad que requiere del consentimiento del componente para facilitar el tránsito de insumos y combustible. El arco minero es la raspada de olla de una élite política gobernante que está dispuesta a la devastación total del país, sin tomar en consideración los daños producidos. El oro, el coltán, el diamante y otros minerales existentes son los incentivos perversos para poder hallar el reino perdido del dorado, dejando a su paso un terreno imposible de recuperar.

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