¿El último trance de la democracia?

Por: Antonio José Monagas

PIDO LA PALABRA

En coyunturas asediadas por condiciones políticas vacilantes, el hecho de debatir proposiciones contrarias al proyecto político en ejercicio luce profundamente delicado por cuanto lo que está en juego es la democratización del sistema político.

En política, el debate siempre ha sido un recurso necesario. Primeramente, como cauce para la organización y conducción de ideas. En segundo lugar, como mecanismo de distensión y de resolución de problemas que no tienen solución consensual. Más aún, cuando se ventilan reveses que ponen en aprieto a procesos de gobierno comprometidos no sólo con mantener bajo control la magnitud de los problemas. Sino también, con gobernar en la dirección del progreso social y económico. Sin embargo en coyunturas asediadas por condiciones políticas vacilantes, el problema luce profundamente delicado por cuanto lo que está en juego es la democratización del sistema político. Y tan crucial objetivo, tiene implicaciones capaces de poner en riego la estabilidad del gobierno. Y en consecuencia, el bienestar del colectivo bajo la égida del gobierno en cuestión.

El mentado “llamado al diálogo” por parte del gobierno venezolano, con el ambiguo propósito de conseguir la paz en medio del conflicto nacional alentado, contradictoriamente, por la intolerancia propia de un proyecto ideológico inflexible, pareció ser este jueves la expresión de un gobierno “roñoso”. De un gobierno que no acepta otra palabra que la suya. Al menos, es lo que se infiere luego de escuchar al presidente Maduro, quien valiéndose del abuso mordaz y en un extenso discurso inicial, dijo que nadie debía pensar que dicho encuentro justificaría la posibilidad de realizar algún pacto o negociación con factores de la oposición.

Maduro, en compañía de su opresor estado mayor, está creyendo que la crisis política nacional ha sido el resultado de una serie de maniobras financiadas y dirigidas desde el exterior en contra del pueblo venezolano. Ante tan simplista e infundada excusa, elaborada al estilo castro-fascista y al margen de las crudas realidades que azotan al país, estos gobernantes siguen empeñados en negarle al país demócrata el legítimo ejercicio de derechos fundamentales que sólo la democracia sabe  y puede exhortar. No aceptan que las causas de esta aguda crisis de todo tenor, trascienden el momento actual. Más aún, que tienen su asidero en los atropellos infundidos por las medidas despóticas del ex presidente Chávez ordenadas después de los sucesos vivido de abril 2002. Y quizás, preparadas con antelación a la susodicha conmoción libertaria.

En medio del debate que consiguió argumentos en modelos económicos y políticos antagónicos, sólo se vio un país que ya no puede más. Un país que ha venido padeciendo la merma de la idea de nación, que según José Ortega y Gasset, filósofo español, “es la conciencia de querer tener un destino compartido”. Pero ante la mengua de tan necesaria comprensión, sobran recriminaciones que no tienen el eco deseado pues la intención desvergonzada de imponer un socialismo carente de valores morales, ha llevado a que se haya arrojado al cesto del olvido la dignidad antes que la perseverancia por impugnar o revertir los desafueros gubernamentales. Pero esas mismas recriminaciones se han articulado a acciones de tan perversa catadura, que el país puede verse azuzado a acentuar las escisiones provocadas desde un espacio político amalgamado por el desequilibrio de emociones capaces de animar la patética concepción de una patria descuartizada en su esencia. Particularmente, cuando el terreno que pudiera abonarse con sentimientos de venezolanidad, es apolillado por la efervescencia de pasiones violentas derivadas de una u otra manifestación de conciliación. Y esto, tristemente, colocaría el país al borde de un verdadero despeñadero del cual no tendría salvación. Más, porque cada quien se asociaría con cada cual, tal como viene dándose. De ser esto cierto, ojala nunca se llegue a tan infortunada y desgraciada realidad, no habría duda de que lo que aconteció este jueves 10 Abril, pudiera considerarse como el último momento decisivo y crítico que tendría la democracia venezolana para restablecerse y fortalecerse en su naturaleza política. Es decir, Venezuela habrá vivido ¿el último trance de la democracia?

 “Cuando la democracia comienza a presentar fisuras en su comprensión, por abusos de autoridad y poder del gobernante, sus acciones tienden a contaminarse por la perversión gubernamental que decanta a través de una  praxis que se contrapone al esfuerzo de un pueblo cubierto de dignidad y moralidad” AJMonagas