Con fundamento: La medida de un pueblo

Por: Bernardo Moncada Cárdenas…

Estamos habituados a cierto populismo del lenguaje: ese que confunde pueblo con populacho, y con lo popular. Mas hay un sentido raigal, esencial, de pueblo, el sentido bíblico, cultural, el sentido de folklore (de ‘folk’, pueblo, ‘lore’, sabiduría o tradición), o el sentido de aquel ‘demos’ de los antiguos griegos, raíz de la democracia como gobierno del pueblo, un sentido que habla de proveniencia y pertenencia, expresadas en conciencia colectiva. Se participa de un pueblo cuando se siente y comparte a profundidad su manera de ser y de entenderse con el mundo.  Es esta condición cultural la que caracteriza a un pueblo, y no la circunstancial ubicación en un estrato social. Para los griegos, era requisito compartir valores, concepciones de la vida y, claro, un basamento religioso de éstos, una cosmovisión, para disfrutar de derechos y ser considerados en el momento de las grandes decisiones democráticas. Y otro ejemplo, el pueblo hebreo, se mantiene como tal no obstante sus espectaculares peripecias históricas, varias veces sometido a deportaciones masivas, el Holocausto, y algunas divisiones políticas.

Cuando escuchas expresarse a Carlos Cruz Diez o a Carolina Herrera, por poner dos ejemplos, y te das cuenta de que son tan venezolanos como nuestros abuelos, como una doñita de Valle La Pascua, o como un verdulero de Quíbor, estás constatando que un pueblo no es lo que los demagogos, condescendientes, llaman «el pueblo»; ser pueblo venezolano es algo más profundo y al mismo tiempo más elevado.

Pero hemos descendido a hacer equivaler pueblo con vulgo y, por consiguiente, lo popular con lo vulgar, desvirtuado la palabra hasta lo despectivo, ¡hasta hacerla casi un insulto! Y esto procede de la artificiosa división que confunde poder adquisitivo con clase social, y clase con nivel y élite cultural, un deplorable factor de discriminación,  de división. Sin embargo por sobre las fluctuantes divisiones generacionales, regionales, o económicas, está la fortaleza de una nación, su vigor y vigencia, que se mantiene en la medida que exista su unidad como pueblo. Todos somos pueblo y es vital que nos consideremos así.

Las condiciones en que la historia nos pone favorecen a veces este preciado y necesario sentido de pertenencia, de providencial unión, que felizmente nos rescata. Esta dura y triste etapa de nuestro devenir político nos ha venido comprimiendo en el mismo callejón, avecinándonos por fuerza con compatriotas de la más variada situación socio-económica. Ya sea en la fila de aspirantes a adquirir los escasos productos para sobrevivir, en las multitudinarias manifestaciones de protesta o, como este pasado domingo 16, codo a codo con coterráneos de cualquier proveniencia y edad, todos empeñados en dar a luz una nueva Venezuela. Esto es, por fin, UN PUEBLO, un anhelo y una motivación colectivos que trabajan unidos, luchan y rezan juntos, se preocupan unos por otros,  comparten en la memoria de sus raíces el sano orgullo de un bello origen y no aceptan que un descabellado proyecto foráneo venga a suprimir sus valores para suplantarlos con utopías demencialmente destructivas.

Es este pueblo, más que cualquier liderazgo por genial o poderoso que sea, quien está dando pautas con su manera de enfrentar el.despotismo. El comportamiento en la que he llamado «Consulta Popular del Carmen»  revela la madurez de un pueblo quien, con inconmovible y valiente civismo, exige el advenimiento de una nueva y ejemplar democracia. El Señor lo ha de conceder.

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