Con fundamento: Los desarmados

Por: Bernardo Moncada Cárdenas…

«Si la consistencia de quienes sirven  a esta gran obra que es la política reside únicamente en la política, no hay mucho que esperar. A falta de un mejor punto de apoyo, se aferrarán por la fuerza a la política y al poder personal y, en el caso concreto, apuntarán al enfrentamiento como única forma de supervivencia. Pero la política no se basta a sí misma. Nunca ha sido tan evidente como ahora.»

Julián Carrón

Protagonizamos una política de sordos. Somos una nación de familias que alzan, ya desesperadamente, sus brazos esperando mejoras expeditas en su angustiosa economía doméstica, una nación cuya juventud emigra porque, como hace ya quince años me dijo mi hija de madrugada, pernoctando en fila ante la estación de gasolina durante aquella desastrosa huelga del 2002: “Esto no tiene arreglo”, juventud que ve poca resonancia en los mensajes de dirigentes partidistas y ha expresado su grandeza enfrentándose con un chaleco de cartón y trapos con vinagre a balas y lacrimógenas. Como respuesta, un discurso mezquinamente político, abstracto, girando en torno a valores, modelos, conceptos ya vueltos clichés, y, sobre todo, en torno a descalificaciones, denuncias, e insultos contra el otro (a menudo este otro se encuentra en el mismo bando demócrata), está condenado a perder el favor del pueblo. Sobre todo cuando la confrontación en que se agota Venezuela, mientras continúa el festín de los poderosos aunque estén sancionados internacionalmente, puede describirse, crudamente, como la lucha de los desarmados contra los armados, porque la acumulación de poder en un bando es ya obscena y hace ver al otro como un indigente más. Parece un juego trancado. Sólo abordándolo de manera totalmente distinta podemos hacer mover la historia.

«Sin la experiencia de una positividad real, capaz de abrazar a todo y a todos, no es posible volver a empezar. Este es el testimonio que todos los cristianos, especialmente los más implicados en política, están llamados a dar, junto a cualquier hombre de buena voluntad, como contribución para desbloquear la situación», escribe también el autor citado al comienzo. Experiencia, algo ya vivido, algo que llevamos dentro. Y esto no es un sermón dominical; el Bien Común, expresión tan llevada y traída desde que Benedicto y Francisco la pusieron de moda, es el bien del otro o no es común, y es una posibilidad muy real. Columnistas como el Padre Ugalde, han puesto sobre el tapete la necesidad de un cambio de perspectiva así de profundo: la política toma en cuenta todos los sectores o no es verdadera política, pues ella se basa en la convivencia de los diversos y hasta en la guerra hay códigos que preparan para el fin de la contienda y protegen al vencido además de premiar al vencedor.

Jamás he estado de acuerdo con el sobrenombre que la prensa y las redes, con malevolencia o inconscientemente, le han endilgado a grupos y dirigentes que empeñan sus energías en restablecer la democracia en Venezuela: “Oposición”, “Opositores”. Es una denominación que te define en-contra-de, pretende reducirte de partida como enfrentado a un enemigo, sin quien, entonces, prácticamente no existes.

Escribo estas líneas aunque sé que pocos líderes políticos, se proclamen o no “cristianos”, las leerán. Escribo estas líneas precisamente porque este llamado a una política que no se agote en sí misma, que escape de la contienda implacable, prefabricada por el poder, en que nos empeñamos aunque seamos nosotros los desarmados, debe ser escuchado por el ciudadano de a pie, por quien apenas tiene tiempo de pensar porque invierte todos sus recursos y su tiempo en que su grupo familiar sobreviva. Todos somos políticos. Reclamo a que, desde la base, dejemos de concebirnos como “Oposición”, de manera negativa, y pasemos a la acción positiva frente al otro, apreciándolo como ser humano, ganándolo. Hasta el odio que arrojamos en las redes ha sido cuidadosamente implantado en nuestras mentes como premisa vital del sistema que, por los momentos, nos subyuga, ¿es tan difícil verlo?

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