Jueves Santo: Si yo, que soy el Señor y el Maestro

Entre los insólitos gestos que, colados allí entre los discípulos, vemos acontecer en el cenáculo aquel jueves, está el lavatorio de los pies. Un hombre capaz de multiplicar el alimento al infinito, sanador indetenible de paralíticos y ciegos, caminante sobre el mar y amo de la tormenta, se limita aquella noche a hablar, compartir una cena y, previamente, a lavar los pies de sus amigos: «Después de haberles lavado los pies, se puso el manto, volvió a la mesa y les dijo: «¿comprenden lo que acabo de hacer con ustedes?
Ustedes me llaman Maestro y Señor; y tienen razón, porque lo soy.
Si yo, que soy el Señor y el Maestro, les he lavado los pies, ustedes también deben lavarse los pies unos a otros.
Les he dado el ejemplo, para que hagan lo mismo que yo hice con ustedes.» (Juan 13)»
Luego ha de bendecir el pan y el vino con la más desconcertante bendición: «Porque este es mi cuerpo, esta es mi sangre». Juan, Pedro y los demás, escuchan y miran con estupor que no habían probado, pues atrás quedó el asombro ante los clamorosos prodigios al que paradójicamente iban habituándose.
Esa noche Jesús sienta las bases del sacerdocio cristiano, lo instituye dándole a la vez una regla moral básica y compatible para la entera cristiandad: «hagan lo mismo que yo hice con Ustedes.» El mandamiento del servicio queda así consagrado aquella noche; ya lo había dicho antes: «No vine a ser servido sino a servir»… «Quien quiera ser primero entre vosotros, que sea último y servidor de todos.»…
Y no por servilismo ni santurronería comeflor. En el fondo sus palabras recomiendan modos de actuar convenientes en extremo. Aquellos gestos aparentemente simplones deberían hacernos ver, por contraste, en qué estado de depravación caótica se puede caer en todos los órdenes de la vida (y muy especiamente en la política y la economía)  al despreciar sistemáticamente este gesto de la última noche de confraternización que nos regala el Hijo del Hombre.
El sacerdote es «ministro» porque, a la luz de estos gestos, es consagrado al servicio: es servidor no sólo de Jesús, sino de sus ovejas. Se distingue del líder comunal o el jefe espiritual porque antes que a mandar viene a servir. Y no sólo el sacerdote; qué diferente sería la actual situación en nuestras calles, en nuestros empleos y en nuestras familias, si adoptásemos todos también lo que aquellos gestos de esa noche siguen proponiendo.

Buen Jueves Santo!

Por: Bernardo Moncada