La crónica menor: Cuba, EE.UU. y…

Cardenal Baltazar Porras

Por: Mons. Baltazar Enrique Porras Cardozo…

El anuncio del restablecimiento de relaciones diplomáticas entre Cuba y EE.UU. después de más de medio siglo del rompimiento, es una noticia que ha generado opiniones contradictorias, incertidumbre, desconfianza, buenos y malos augurios. Es lógico que así sea, sobre todo, cuando afloran sentimientos encontrados e intereses distintos. Pero el realismo de un mundo globalizado en el que la racionalidad debe estar por encima de visiones miopes, porque el trigo y la cizaña crecen juntos, siendo lo más importante que se le dé a cada cosa su justo puesto. Esto explica que ambos mandatarios, Obama y Castro, agradezcan la intervención del Papa Francisco, quien afirma en «la alegría del evangelio» que el tiempo es superior al espacio: «Este principio permite trabajar a largo plazo, sin obsesionarse por resultados inmediatos. Ayuda a soportar con paciencia situaciones difíciles y adversas, o los cambios de planes que impone el dinamismo de la realidad. Es una invitación a asumir la tensión entre plenitud y límite, otorgando prioridad al tiempo» (n. 223).

Las relaciones diplomáticas entre Estados indica la aceptación de la existencia de ambos países y la conveniencia, en un mundo de tanta movilidad y mutua dependencia, el facilitar a la ciudadanía y a instituciones de diversa índole, los intercambios de bienes y servicios. Esta relación trae consigo beneficios a ambas partes. Pero no quiere decir, ceder en los principios ideológicos de cada parte, ni avalar situaciones difíciles y adversas. Pero los seres humanos no tienen otro camino sino buscar puntos de convergencia sobre la base del respeto mutuo, sin tener que recurrir a la violencia o a las armas para dirimir las divergencias. Un buen ejemplo nos lo da la Santa Sede que tiene relaciones diplomáticas con más de un centenar de Estados en los que están presentes visiones religiosas distintas y hasta posturas tensas en relación con el catolicismo.

Es urgente dar pasos para abrir caminos a la esperanza en la que los valores humanos fundamentales puedan consolidarse, superando con tenacidad y paciencia, las heridas abiertas y todavía no cerradas. El anuncio hecho, obliga a evaluar y discernir, a valorar los resultados, positivos y negativos, de medio siglo de ignorancia mutua, de ataques y barreras. Muchas veces los intereses políticos de los gobiernos van por vía opuesta a los intereses reales de la población.

Para los venezolanos, este escenario no nos deja indiferentes. ¿Tiene sentido mantener durante años una relación diplomática sin embajador, sin conversaciones bilaterales, achacando todos los males que padecemos a una presencia fantasmal del imperio? Las diferencias no se corrigen con insultos altisonantes, con xenofobias ideológicas que sólo conducen a la emotividad irracional, ni manteniéndose fuera de la obligatoriedad de normas internacionales. «La realidad es más importante que la idea. Es peligroso vivir en el reino de la sola palabra, de la imagen, del sofisma. Hay que evitar diversas formas de ocultar la realidad» (Papa Francisco, n.232). El tiempo de pascuaes siempre un llamado a la esperanza, a fijarnos en el interés del ser humano, el ciudadano de a pie. Ese es el camino de la paz, no el llamado a la violencia y al odio. Tarea que nos corresponde a todos.