La crónica menor: Diálogo o careo

Cardenal Baltazar Porras

Por: Mons. Baltazar Enrique Porras Cardozo

La sociedad venezolana está necesitada de diálogo, simple y llanamente porque existe un divorcio, un rechazo mutuo entre las partes, en su forma de concebir y llevar adelante la sociedad venezolana. La crisis existente tiene su raíz y sus peores consecuencias en este choque que impide pueda llevarse adelante cualquier proyecto que se presente pues hay un choque frontal en la manera de concebir qué es una sociedad democrática y cómo de integrar a todos los sectores y pensamientos en un proyecto común, consensuado que permita caminar juntos hacia objetivos y metas comunes.

Lo primero es la aceptación de la misma crisis. Según los datos oficiales Venezuela marcha a la cabeza de casi todos los rubros que conducen al bienestar, la superación de la pobreza y al respeto de la pluralidad y los derechos humanos. Los datos de otras organizaciones nacionales y extranjeras señalan que esto no es así. Y la vida cotidiana, la realidad real, que es el mejor índice de la calidad de vida indican deficiencias graves en la seguridad personal y jurídica, en el ejercicio de las libertades ciudadanas, en el auge de la violencia, en el abuso de poder y la mimetización de todos los poderes públicos en el ejecutivo; a lo que hay que sumar el deterioro de los servicios públicos (educación, salud y salubridad, infraestructura vial y comunicacional, en la producción y (des)abastecimiento de rubros importantes, en el crecimiento desmesurado de la inflación, en el deficitario servicio de electricidad, en los controles cada vez mayores en todos los campos, siendo el de la educación uno de los más sensibles).

A lo anterior se suma, la “irresponsabilidad oficial”. Nada o casi nada de lo que pasa en negativo es responsabilidad del gobierno. Todo o casi todo es producto del capitalismo, del imperio, de la sociedad venezolana apátrida y golpista que no deja al gobierno, gobernar con tranquilidad. El mejor ejemplo de lo anteriormente señalado han sido los acontecimientos de estos últimos meses. Ello ha llevado a la necesidad de plantear “diálogos de paz o mesas de diálogo”. Hasta el momento no han superado el estadio de “conversaciones”, careos, sin que se avizoren soluciones cercanas. A los llamados de paz y diálogo gubernamentales, se unen las posteriores declaraciones de sus más conspicuos voceros, cerrando toda posibilidad de acuerdos o concesiones.

Pablo VI señalaba que todo diálogo debe ser desinteresado, objetivo, leal, a favor de una paz libre y honesta; excluye fingimientos, rivalidades, engaños y traiciones; no puede dejar de denunciar, como delito y como ruina, la agresión, la conquista o el predominio. Y el Papa Francisco invita a que ya es hora de saber cómo diseñar, en una cultura que privilegie el diálogo como forma de encuentro, la búsqueda de consensos y acuerdos, sin separarla de la preocupación por una sociedad justa, memoriosa y sin exclusiones.

La sensatez llama a la conciencia de cada uno de nosotros. Cerrar las puertas al otro, negarle todo hasta el derecho de existir, es simplemente deslizarnos por el abismo de los enfrentamientos, las luchas, la violencia y la muerte, que siempre desfavorecen a los más débiles y pobres. Trabajemos por un diálogo fecundo que no sea simplemente careo u oportunidad de ganar tiempo para imponer una única manera de ser y de vivir.

18.- 27-4-14 (3371)