La crónica menor: In memoriam Padre José Heriberto Valero

Cardenal Baltazar Porras

Por: Mons. Baltazar Enrique Porras Cardozo…

El 8 de julio ppdo. nos dejó para ir a la casa del Padre el Padre Valerito como cariñosamente era llamado. Había nacido en el merideño sector de Belén el 16 de marzo de 1924. Hijo único de sus padres: Carmelo Valero y María de los Ángeles Valero. Desde temprana edad sintió inclinación por la vida religiosa. Estudió hasta cuarto grado en la Escuela Picón y concluyó la primaria en el aspirantado salesiano de La Vega en Caracas. En Los Teques cursó la secundaria y se graduó de bachiller en humanidades.

La filosofía la hizo con los padres salesianos en Caracas y el 16 de agosto de 1948 emitió sus votos perpetuos. Fue enviado a Turín, Italia, para los estudios eclesiásticos en el Pontificio Ateneo Salesiano, y obtuvo el título de Licenciado en teología. Tenía dominio del castellano, latín, italiano y francés. Las órdenes menores y mayores las recibió en Turín siendo ordenado sacerdote por el Cardenal Fossati el 1 de julio de 1952. Ejerció diversos cargos en su congregación en los colegios de Táriba, Caracas y Mérida. Por razones familiares, para atender a su anciana madre, pasó al clero de la arquidiócesis de Mérida, siendo recibido por Mons. Miguel Antonio Salas. Párroco de Mucurubá (1981-85), del Perpetuo Socorro de El Vigía (1985-86), de Santo Domingo y Las Piedras (1986-92), de La Mesa de Ejido (1992-2000). Por edad se retiró a la Casa Hogar La Milagrosa de Lagunillas atendiendo como Capellán a la comunidad de Hermanas Dominicas y a las residentes, a partir del año 2000. En estos últimos años alternó su residencia entre la Casa Hogar San Juan de Dios de Mérida y su casita de habitación en Milla donde falleció.

Conservó buena salud hasta el final, alternando con los achaques propios de la edad. Siempre bien vestido, caminaba pausadamente por las calles de Mérida. Dos semanas antes de su muerte visitó a los sacerdotes ancianos. Quizá presentía que el final estaba cercano. tuvo la atención de personas cercanas y del Dr. Morán quien le brindó sus cuidados profesionales pero también de enfermero y amigo asiduo. Varios sacerdotes jóvenes a los que ayudó a lo largo de su vida lo visitaban con frecuencia.

Hombre sencillo y humilde, piadoso y recatado, de buenos modales y cercano a todo el mundo. Tanto en la congregación salesiana como en el presbiterio y laicado merideño gozó de alta estima. Incapaz de hablar mal de nadie, preocupado por el bien de la Iglesia y de los pobres, atento a los jóvenes que había conducido al Seminario. Sus exequias en la iglesia de El Espejo fue clara manifestación del aprecio y cariño de quienes lo conocieron. Sus restos reposan en el Panteón Sacerdotal de El Espejo a la espera de la hora definitiva del juicio final. Hombre bueno y fiel goza de la presencia misericordiosa del Padre celestial. Paz a sus restos.