El maestro en resistencia o libertad

Muy a propósito del día del maestro, del educador, del profesor del docente o como quiera que se le diga, no se me ocurre escribir alabanzas de consolación, sino más bien se me ocurre agitar las aguas de la crítica en primera persona para tratar de sostener con dignidad y decencia el fuego de la antorcha donde emana la luz sagrada que nos alumbra el porvenir.

Día del maestro más que celebración es día de reflexión para situarnos en un plano de resistencia o de ejercicio pleno de nuestra libertad que no es otra cosa que el ejercicio auténtico de nuestra vocación docente. Es día de revisión y poner sobre nuestro escritorio papel y lápiz y esbozar nuestras faltas, nuestras intenciones y logros obtenidos. Hacer de esa autoevaluación un instrumento de superación personal para rediseñar en lo sucesivo nuestro rol de educar en tiempos difíciles de incertidumbres y de cambios a contrapelo de lo que creíamos eran las cosas ya dadas y estudiadas. Muy a propósito de esto nos decía el gran maestro Ángel Rosenblat: “El verdadero maestro es un eterno aprendiz, y debe ser capaz de revisar críticamente todo lo que sabe o cree saber. Debe nadar con la corriente o contra la corriente, pero siempre en la corriente; si cierra los ojos y se aparta, no tiene salvación posible”.

Hoy el ejercicio de la profesión docente implica exigencia y resistencia, implica mirar el mundo con otros ojos para irradiar esperanza y motorizar el futuro. Sin embargo hoy contamos con docentes desesperanzados y sobrevivientes en un mundo ininteligible. En un mundo donde nos cuesta atisbar y ponernos de acuerdo sobre la educación necesaria, esa que esperan nuestros estudiantes sin mayor ansiedad. Hoy necesitamos despertar la pasión dormida o domesticada, necesitamos caer en la realidad de que las cosas no andan bien. No podemos seguir engañándonos ni buscar falsos culpables y viejas excusas. Nuestro “Contrato Colectivo” no significa ni dignifica lo que somos. Nuestro contrato es Social y Humano frente a lo que tenemos como realidad problemática. Adolecemos de autoestima en grado sumo y así no podemos enseñar, no podemos educar y no podemos responder al ideal de nación que tanto anhelamos. Somos archipiélagos que cuando sube la marea quedamos sumergidos. Hoy todo está por revisar, y debemos hacerlo como imperativo ético y moral, como imperativo de vida para dar valor y sentido a nuestra existencia humana. Desde ese punto de vista creo yo, es ganancia imperecedera.

Por tanto, la reinvención es cualidad y urgencia y debemos convencernos de esa posibilidad. En nuestras aulas hay un grito silencioso que nos espera y debemos responder con la pasión vocacional, esa que en esencia se encuentra extraviada, tal vez secuestrada por trampas ideológicas que velan nuestro amor propio y el sentido de honradez.

No se trata que hagamos un catecismo o un manual de autoayuda para soliviantar nuestras precariedades. No se trata de apuntar al sistema donde hay montones de víctimas o de luchar contra molinos de vientos devenidos en fantasmas que inventamos. En nuestros fuero interno, en eso que atesoramos muy en el fondo de nuestro espíritu podemos hallar las respuestas y replantear nuestra resistencia para convertir el aula de clases en un templo de belleza, libertad y esperanza. No es una visión romántica a la vieja usanza de la escuela griega, es subvertir nuestros propios demonios y derroteros apuntando con certezas hacia las herramientas que nos da la innovación, lo que está al alcance y podemos instrumentar con sentido útil y eficaz. Abatirnos en un estado de rebeldía frente a nosotros mismos, aplicar una didáctica del renacer y exigir nuestro espacio en este mundo brumoso de antivalores. El país del futuro luce desdibujado y deslucido sin nosotros, y es ahí donde se encuentra la oportunidad de las capacidades y de la visión que necesita mayor lucidez. Perder la perspectiva es renunciar al don de la libertad expresada como vocación profesional.

El llamado entonces es hacer de la educación el motor de cambio necesario. Atrincherarnos en nuestras aulas y defenderla a costa de lo que sea. Pero también salir de ellas como sujetos sociales de derecho en un efecto moralizador en la sociedad caótica en que sobrevivimos. El punto de partida es nuestra propia innovación y visión para escuchar he interpretar el silencio de los estudiantes y mapear el rango de oportunidades para no perder ese país que esta clavado en nuestro corazón.

Compañeros maestros les animo a seguir adelante con nobleza y humildad, les animo a combatir la modorra y el anquilosamiento. Les animo a luchar por el cambio y la libertad. Bien lo dijo Arturo Uslar Pietri: “La educación venezolana no debe ser otra cosa que preparación para la vida venezolana, enseñar a vivir con Venezuela, enseñar para vivir a Venezuela” y agrego: para evitar que nuestro futuro se vaya de Venezuela. Nos toca una tarea difícil que solo podemos realizar con vocación invencible, de otro modo estaremos traicionando un juramento de vida que no está en el “Contrato Colectivo”. De otro modo es preferible una retirada digna y oportuna. Porque educar para la vida no es poca cosa, por tanto, implica la mayor de las responsabilidades humanas y ese talento no lo soporta un pergamino.

El sistema educativo ciertamente no responde a las expectativas ni a las necesidades, allí no hay discusión. Parte del problema es la falta de justo reconocimiento al maestro, no solo por parte del estado sino por la sociedad misma que solo erige minúsculos monumentos simbólicos que en muchos casos premia a la mediocridad ilustrada. Los maestros hemos sido tratados como los históricos parientes pobres del sistema, pero no aceptemos de ninguna manera la condición de sumisos y victimas ya que “la miserable condición del maestro no puede seguir sirviendo exclusivamente para presentarlo como sacrificado y hacer de su sacrificio un símbolo que no pasa de eso muerto, improyectable, bochornoso y degradante de llamarlo pobre diablo.” (J.f Baena)

Ldo. Hans BreindembachEducador