Normalización o tremendal

Normalización o tremedal


Por:Fernando Luis Egaña
 
En los ámbitos del oficialismo y en no pocos sectores de la oposición se suele ponderar la idea de la «normalización política» como un objetivo que merece todos los esfuerzos necesarios. El concepto como tal sería impecable si el régimen imperante lo entendiera y practicara como normalización hacia la democracia equilibrada y pluralista que está consagrada, por ejemplo, en la Constitución.
Lo que pasa es que la acepción roja del asunto es otra: normalización significa la disminución o apaciguamiento de los conflictos políticos y la aceptación del régimen tal como es y que, por ende, lo que queda a la oposición es aprovechar las rendijas electorales para tratar de alcanzar o preservar espacios políticos.
En realidad, eso mucho menos que verdadera y deseable normalidad es el típico tremedal o empantanamiento de estos años de mengua. Como diría un japonés, una especie de danza kabuki o teatro del disimulo, en el que se finge por razones de necesidad o conveniencia.
Y es difícil no pensar en estas cosas, nada gratas por cierto, cuando se aprecia que de la fuerza movilizadora de las denuncias democráticas y de las impugnaciones electorales justo después del 14-A, no va quedando mucho ímpetu y en cambio se regresa al laberinto característico de  las largas antesalas comiciales, cuyos resultados, debe repetirse, no logran producir cambios efectivos a pesar de los caudales de votos.
Y ojo, en estas líneas no se está cuestionando la ruta electoral. No. Al contrario, se plantea que la misma para que sea efectiva debe ir acompañada por la protesta justa y legítima que suscita una satrapía como la bolivarista. Y no se trata de una apelación a la violencia o al golpismo o a nada que también vulnere la fisonomía democrática de la Constitución.
Se trata, eso sí, de mayor presión cívica, de mayor enlace de lo político y lo social, de no bajar guardias sino mantenerlas o aumentarlas, y en todo caso de darle continuidad y fortaleza a la necesidad de una contienda política que vaya al fondo de la situación, tal y como fue debidamente planteado por Capriles y la Mud luego del último episodio electoral.
Pero de entonces para acá, aunque sólo hayan pasado dos meses y tantos, en la dinámica opositora se ha notado un cambio de importancia, y no precisamente para consolidar el terreno de la exigencia beligerante de los derechos. Se puede constatar una descompresión de la contienda, sobre todo por parte de decisivos núcleos de oposición, y una modificación del discurso de conflicto político-democrático hacia la temática de la campaña electoral municipal de diciembre.
Pareciera como si la convocatoria de las municipales decembrinas por parte del CNE, hubiera sido el mecanismo para facilitar la ruta de la referida «normalización», a pesar, claro está, que el desmadre gubernativo y su arbitrario autoritarismo sigan campantes.
Pareciera, también, que las promesas dolarizadas a los empresarios surte el efecto de animarlos a buscar e incluso presionar por lo mismo.
Nada de eso es auspicioso. En medio de una debacle económica y social, Maduro gana tiempo político y con él también obtiene reconocimientos directos e indirectos que le ayudan a sostener una gobernanza despótica y retardataria. Si al menos existiera un verdadero propósito de rectificación, aunque fuera gradual, otras serían las perspectivas. Pero el grueso de los hechos evidencia que la llamada «normalización» apunta al continuismo del presente, es decir, al continuismo del tremedal.