Pido la palabra: Cautivo en su perversión

Por: Antonio José Monagas…

Desde que el populismo demagógico aprendió a jugar al engaño partiendo de simulaciones, ficciones o remedos, las conclusiones son infelices pues todo termina saliéndole al revés, encogido o torcido.

Siempre habrán argumentos válidos por su realidad y consistentes por su estructura vivencial, para referir episodios que configuran la debacle o el ascenso de proyectos acariciados por la envidia o el egoísmo de quienes desde la política son capaces de proceder con la mezquindad de pretensiones ideológicas traducidas en reacciones de miserable condición. Es, precisamente, cuando los acontecimientos pueden reconocerse como crudas advertencias dado el peligro que contienen dichas presunciones ideológicas toda vez que se asocian a procesos de elaboración y toma de decisiones de riesgosa esencia. No sólo en lo organizacional, lo asociativo y referencial que sus implicaciones comprometen. También, en cuanto a las consecuencias políticas, sociales y económicas que pueden alcanzar sin que puedan comedirse y, menos aún, mediar ante sus perversos efectos.

El acontecer político que, desde entrada la década de los noventa, vino arreciando sobre el horizonte venezolano, derivó en secuelas de grumosa condición. Su terreno sirvió, y sigue prestándose, para encubrir entrampados hechos que tendieron a aumentar los niveles de confusión y desesperanzas de los venezolanos. El proceso de elaboración y toma de decisiones que desde entonces viene rigiendo la dinámica política nacional, con vergonzosas implicaciones en la administración pública, ha estado signado por la improvisación. Pero también, por la infundada premura que a su alrededor se da y cuyos resultados terminan convirtiéndose en razones y factores de la crisis de Estado que todos viene padeciéndose. Cada vez con más desgarro y desvergüenza.

Ha sido tal la gravedad que ha dominado el devenir de la política venezolana, que el inmediatismo, utilizado como criterio de gobierno, desvirtuó finalmente la comprensión y aplicación del ordenamiento jurídico por el cual debió regirse la funcionalidad de la República. Sin embargo, tan trascendental responsabilidad devino en ejecutorias retorcidas cuyos resultados acentuaron problemas ya acumulados. Aparte de generar otros de nuevo cuño. Incluso, de mayor amenaza.

Hoy, el problema tiene una connotación que ni siquiera la teoría política contemporánea sería capaz de interpretarlo dado el exagerado y tergiversado cúmulo de variables endógenas y exógenas que comportan tan aberrante y desmoralizado revés. Y que no es distinto de la profunda y estructural crisis política, social y económica que hoy aqueja a Venezuela.

Con el fraguado cuento del socialismo del siglo XXI, para lo cual sirvió el otro ridículamente llamado “proceso revolucionario”, la gobernabilidad se vino “a pique” por cuanto la gestión gubernamental, intentada desde 1999, lo único que logró, de modo espectacular, fue retrotraer al país a situaciones sólo comparables con épocas medievales y oscurantistas. O mucho peor, propias de la Edad de Piedra.

El populismo se atiborró de todo lo que con facilidad fue consiguiendo en su culebrero camino. Que vale decir, fue mucho. Tanto como lo que la naturaleza le prodigó a Venezuela en forma de oro, petróleo, coltán, uranio, agua dulce y thorium. Además de buenos pedazos de la biodiversidad biológica que detenta su superficie. Apropiarse de todo cuanto pudo, fue como exponerse a caer por la hondonada que el azaroso camino le deparó. Contrario al esfuerzo por salir de tan profundo atolladero, se hundió más. Tanto, que la gestión realizada fue de mal a peor hasta que se confundió con el fondo. O hasta que tomó su propio color. O sea negro, pero que por razones de egoísmo socialista, se tornó rojo. Tono: candela del infierno.

La historia deja ver que cualquier intento de avanzar cuando las condiciones indican lo contrario, siempre fracasa. Es decir, siempre retrocede. Y desde que el populismo demagógico aprendió a jugar al engaño partiendo de simulaciones, ficciones o remedos, las conclusiones son infelices pues todo termina saliéndole invertido, contraído o torcido. Más aún, los problemas se exasperan, cuando no se tiene exacta medida de las consecuencias. Ya sean para apreciar el alcance de las decisiones asumidas, o para cuestionar lo conseguido. O malogrado. Realidad ésta que sucede cuando la soberbia, la ineptitud o la avaricia del gobernante, presumen resultados “imponderables” sin siquiera advertir que la política vive bajo el acecho del espíritu de Murphy. Por eso es que toda organización política no escapa de “tener un cupo de puestos o cargos a cubrir por inútiles”. Aunque no por inútiles, dejan de ser astutos para ganar terreno en el campo de la corrupción. Para decirlo con palabras de Murphy: “cualquier organización es igual que una fosa séptica: los trozos más gruesos está arriba”.

Pareciera que Murphy se hubiera inspirado en el caos que actualmente padece Venezuela. Todo tiende a suceder, sospechándose que cualquier ayuda empeora la situación. Y hasta acertado habría sido de ser Venezuela su inspiración ya que cualquier pauta de posible ayuda a la crisis que afronta, aún cuando aportada a la medida de las condiciones reinantes, siempre quedará corta. De hecho, basta con dar cuenta que, a tan pocos días de existencia de la fraudulenta asamblea constituyente, los resultados tienden a desviarse de la ruta asignada. O como dice el léxico popular: “el tiro le salió por la culata”.

Y sin duda, ello es signo del apocamiento o abatimiento que domina al actual gobernante pues a pesar de demostrar capacidad y recursos para ganar elecciones, ha sido incapaz de gobernar con eficacia y eficiencia. Hasta ahí llega su fuerza. Por eso, este calaña de gobernante, como se refleja de la crisis política venezolana, siempre será cautivo de su perversión.

“Cuando quienes gobiernan son producto de las condiciones azarosas que pesan sobre una sociedad confundida y temerosa por el riesgo que su elocuencia puede colocarla en medio de una represión con forma de fusil, la desesperación por hallar las libertades perdidas tiende a guiar decisiones que terminan equivocadas. Aunque nunca, tal situación, contendrá la fuerza suficiente para vencer las esperanzas cargadas de la mayor fuerza y de toda la fe posible”

AJMonagas