Pido la Palabra: El salvajismo contra la Autonomía Universitaria

Por: Antonio José Monagas…

Y aún así, la dignidad del universitario no la quiebra nadie, ni nada. La historia política lo testifica.

Esta disertación no podría iniciarse sin considerar que la educación es un proceso político. O sea, habrá que admitir que la educación es política. Es decir, la educación es insumida por el ámbito ocupado por la ideología política. Situación ésta que incita a que la educación siempre busque controlarse y administrarse, incluso, diseñarse, a instancia de los intereses y necesidades de cada régimen político o gobierno que base su gestión en una doctrina política o ideología política.

Por tan importante razón, la historia política está colmada de episodios que revelan no sólo los impases entre política y educación. Sino también, los logros alcanzados por proyectos políticos para los cuales la educación funge como un recurso de capital trascendencia. De ahí que Paulo Freire explica en su libro “Política y Educación”, lo que embarga un estado de relaciones capaces de perfilar una gestión de gobierno a imagen y semejanza de lo que aducen lineamientos de desarrollo. Estos, asumidos como objetivos trazados al amparo de lo que configura el esquema de realización política seguido. 

El doctor Luís Beltrán Prieto Figueroa, se permitió justificar la propuesta de lo que llamó el “Estado Docente”. Es decir, la manera de conciliar el proyecto político de gobierno con la perspectiva desde la cual es posible concebir la educación pública necesaria a los fines establecidos por los principios bajo los cuales se define al Estado en curso. 

El socialismo democrático, así lo contempla igualmente. Pero de ahí, a pretender valerse de la fuerza y la violencia para conminar realidades que se ajusten a las apetencias personales o focales representativas de circunstancias o coyunturas, que además de temporales asomen su cuota de irracionales, es una innombrable aberración. Y es lo que signó el grave problema que devino de las saboteadas elecciones por facciones armadas, envalentonadas y financiadas por el gobierno local con el respaldo del alto gobierno. Hecho éste ocurrido en el campus de la Universidad de Carabobo, en la ciudad de Valencia. 

Lo sucedido, no tuvo mejor motivación que los accidentales eventos que la historia política ha documentado cuando ha referido casos vividos en el plano de regímenes tan fieros y sanguinarios como el del Tercer Reich. O los experimentados bajo el régimen fascista liderado por el italiano Mussolini. O los que incitaron los violentos Tribunales Populares chinos, fomentados por el pensamiento desquiciado de Mao Tse Tung. Asimismo, de otros regímenes dictatoriales que igualmente tuvieron como propósito asediar y violar el derecho a las libertades académicas y a la institucionalidad ganada por la academia universitaria. 

La tiranía venezolana, inspirada en el ejemplo del frustrado socialismo soviético o del deslucido socialismo cubano, ha pretendido entorpecer la autonomía universitaria sin entender que sus populachos, por sicarios que sean, no podrían complacer el cometido de un régimen que no sólo se sabe perdido. Sino que además, fundamenta sus destrozos revolucionarios en paradigmas ortodoxos y criterios fútiles. O sea, embadurnados de la peor mezcla que una pestífera política puede elaborar. 

Y no podrían alcanzar la tarea de destrucción ordenada a cambio de bolsas CLAP, un manojo de billetes sin valor, una pistola ennegrecida por el malévolo expediente de muertes que arrastra, y una moto china de endeble mecánica, porque en su baladrona compostura no hay otra cosa distinta de lo que es un escuálido y esquilmado adoctrinamiento político. Pues lo que mejor saben lucir esos desalmados, es la fuerza bruta desempeñada como recurso de una juventud recortada y retorcida.

Y aunque el asedio haya involucrado a un tribunal supremo de justicia a imponer medidas arbitrarias en un contexto donde no tienen cabida dictámenes por estar fuera de lugar jurídico, todavía apela a la fuerza que el poder le depara a cada uno de sus pusilánimes actos. Y aún así, la dignidad del universitario no la quiebra nadie, ni nada. Ni el gas lacrimógeno, ni el terror causado por la intemperancia usada como fuerza de intervención, ni las balas asesinas percutidas de cobardes sin rostro. Mucho menos, el empleo del salvajismo contra la autonomía universitaria.

“La tiranía gubernamental, en cualquiera de sus manifestaciones, no entiende que atentar contra la universidad autónoma, crítica y creativa, es actuar en perjuicio de la identidad nacional toda vez que en su esencia descansa la conciencia histórica de una sociedad”

AJMonagas