Pido la palabra: Huellas que se borran

Por: Antonio José Monagas

En verdad, el país ya no soporta más afrenta en nombre de una “patria” presuntamente liberada con fervor de libertades y respeto al digno ejercicio de ciudadanía. Tanta cháchara se vuelve fastidiosa, pues hostiga al venezolano que sólo busca subsistir a partir de un esfuerzo decente y por tanto hacendoso. Incluso, quienes así hablan y elaboran gruesos aunque vacíos discursos, abusan de la letra constitucional, de sus preceptos, para atrapar ilusos y ponerlos al servicio de su impúdica revolución.

Tan bizantinas realidades, pensadas para que encajen exactamente con los caducos objetivos que plantea el proyecto ideológico del presente gobierno militarista, comenzaron a molestar al país democrático. A ese país que se ha preparado para entregar lo mejor de sus capacidades intelectuales y potencialidades propias de la más resonante venezolanidad. A ese país político al cual le apalean sus derechos fundamentales afectando de esa manera concepciones de vida sobre las cuales se deparan esperanzas de la más legítima factura personal.

En medio de tan perversa situación política nacional, el régimen sólo ofrece más retroceso pues parece que “ patria” hay de sobra. Ese país esperanzado en avanzar, se las ve mal por cuanto las decisiones gubernamentales está arrastrándolo a tiempos de oscuridad presididos por procesos políticos que incitan temor. Y hasta mucho enojo, toda vez que los criterios asumidos como razones de la gestión del régimen, son gruesas contradicciones que llevan a que se desmorone la institucionalidad democrática que tanto sacrificio y tiempo costó erigirse entre todas las dificultades que naturalmente ello justificó.

Puede deducirse sin duda alguna que la maquinaria gubernamental, descansa sobre una visión ortodoxa del mundo en pleno siglo XXI. Los mecanismos de acción a los cuales recurre el régimen para llevar adelante su agotado proselitismo, degrada todo postulado al cual está suscrita la democracia. De hecho, las libertades de expresión, de opinión, de pensamiento, de información y de prensa, en tanto que bastiones que apuntalan inminentes derechos determinantes en la movilidad de un país, han sido constreñidos con la intención de desviar cualquier expresión que se resista a la opresión que descarga el régimen hacia quien pretenda acusarlo con la verdad de por medio.

El régimen hace uso de una cruel maquinaria inquisidora de la cual se vale para infiltrar el pensamiento socialista en todos aquellos que siguen pensando en que “la arepa le vendrá del cielo”. Sin embargo, muchos altos funcionarios, aprovechándose del concepto utilitario de “patria”, buscan justificar medidas anacrónicas. Como dice el dicho popular, con todo esto al régimen le saldrá “lo roto por lo descocido”.

Lo que el régimen gestiona, sin atender que el tiro va a salirle al revés, no es más que un burdo remedo de la insidiosa política nazi que en su momento instituyó medidas dirigidas a opacar libertades y derechos. Ni siquiera porque se esfuerza en magnificar sus aparatos de inteligencia. O porque procura controlar lo incontrolable a través de huellas que se desvanecen en el atavío de su política embaucadora. Es decir de huellas que se borran.