Pido la palabra: La violencia estrategia gubernamental

Por: Antonio José Monagas

Las decisiones del régimen han acelerado estrategias que consideran la violencia como la directriz capaz de organizar y adelantar amenazas o acciones, encubiertas o abiertas, dirigidas a hacer daño, reprimir o someter de manera alevosa a un individuo o colectividad.

Cualquier consideración que comprenda toda actitud que resulte en transgresión física o moral, política o social, es violencia. La historia de los pueblos está colmada de acontecimientos en donde la violencia fue protagonista, o actor de primera línea. Aunque las nuevos tiempos la asocian con el poder por cuanto en su paroxismo es donde el abuso se convierte en el medio a través del cual puede infringirse toda condición  que, deliberadamente, tienda a rebasar normas o composturas en contra de la moral ciudadana, la ética social o razones ideológicas, psicológicas o emocionales propias de la naturaleza pacífica del hombre civilizado. Tal intensidad puede alcanzar la violencia, que para muchos autores ni siquiera es expresión de política alguna. Por lo contrario, al desbordar la política deja de ser un hecho político para transformarse en un mero acto de ausencia de civismo, salvajismo, inconsciencia o simplemente ignorancia amplificada.

En Venezuela, este problema tiene una lectura particular. Así pues, intimidado por la proximidad de unas elecciones (parlamentarias) que según mediciones realizadas en el marco de la actual crisis política tiene perdidas el régimen venezolano, éste se ha prestado a prácticas alejadas de la institucionalidad democrática que, inclusive riñen con la preeminencia de los derechos humanos y el pluralismo político. Es decir, llegó a un momento en que el ejercicio de gobierno se ha visto supeditado al miedo que comienza a sentir ante la proximidad de su derrota política. Precisamente en medio de tan cercana situación el régimen se adentra a gobernar por miedo. Tan dispendioso temor, ha empezado a vivirlo bajo graves perturbaciones que, de cara a su gestión, desconoce los recursos que provee la democracia. Padecer esta situación, ha provocado que el régimen actué incitado por un presunto desafío que fácilmente ha concebido en su vulgar imaginario “de guerra”.

Sin embargo, el problema se suscita cuando se advierte al miedo profunda y perversamente relacionado con la violencia. Por esta razón, las decisiones del régimen han acelerado estrategias que consideran la violencia como la directriz capaz de organizar y adelantar amenazas o acciones, encubiertas o abiertas, dirigidas a hacer daño, reprimir o someter de manera alevosa a un individuo o colectividad. En otras palabras, el régimen viene acusando una política de la violencia sustentada en un discurso violento cuyo objetivo es irradiar ambientes de virulencia a lo largo y ancho del país para así poder luego justificar objetivos políticos que habrán de darle cuerpo a una serie de contraórdenes en un ambiente de imposiciones en donde poco o nada vale cualquier protesta o reclamo. Aún cuando se realicen en nombre de preceptos constitucionales o mediante emotivas manifestaciones de carácter pacifista y democrático.

En el fragor de esta aterradora política de la violencia, el régimen busca radicalizar medidas viscerales que además de acentuar la cuestionada polarización que vive el país político, intenta reestructurar sus cuadros políticos con el firme propósito de garantizarse no sólo su permanencia en el poder por encima de todo. También, asegurar hombres claves en cuanto a sumisión y obediencia, en posiciones estratégicas y de máxima responsabilidad desde las cuales pueda potenciarse la fuerza, la intimidación, el chantaje y la violencia como recursos políticos de una “revolución pacífica, pero armada”. Siempre dispuesta a causar mayores estragos, angustias y dificultades. Ello visto desde la perspectiva de la cohesión social. Ahí radica la estrategia perseguida a partir de una política de la violencia que el régimen busca aplicar aplastando tres realidades de entero orden político. Primeramente, los mecanismos de articulación en términos de acción colectiva que bien requiere el funcionamiento de toda sociedad que se precie de sus capacidades para tramontar la incertidumbre. Y en segundo lugar, el régimen intenta por todos los medios acabar con el liderazgo político representativo del sector que adversa su pensamiento retrógrado. Y en tercer lugar, pretende criminalizar el auxilio al herido para así evitar que médicos brinden la atención necesaria a quien viéndose afectado en medio de una manifestación de protesta al régimen, solicite asistencia de urgencia. Una vez alcanzado estos objetivos, la política de la violencia habrá logrado su estrategia y el régimen podría hacer del país su lodazal donde sus dirigentes se revuelquen cuales animales salvajes en tiempo de sequía. Así que no hay duda. Ciertamente es, la violencia: estrategia gubernamental.

“Cuando la violencia define una gestión de gobierno, es porque el miedo lo mantiene tan sometido como sometido busca tener a sus gobernados para así dar una imagen de fuerza y supremacía”

AJMonagas