Impresionar a otros con base en supuestos falsos o ilusas pretensiones, es como moverse al borde de un abismo. Por eso, los españoles recurrieron a un conveniente aforismo para aludir a situaciones en las que por mucho que alguien trate de aparentar algo que no es, realmente no llegaría a serlo. Es un problema emocional que bien ha sido estudiado por las teorías de la comunicación, de la gestualidad y del comportamiento humano. Sin embargo, para la ciencia política este problema pudiera tener otra lectura. Una lectura que, en principio, animaría algunas contradicciones dado el terreno fangoso en el cual se mueve buena parte de su praxis. Sobre todo, cuando ésta se encuentra contaminada de malevolencia, hipocresía y virulencia.
La sociología política demuestra que el hombre es ese algo de lo que pretende ser. Sólo que para salvar las distancias que la moralidad y la ética social establecen, busca valerse de oportunidades para argumentar la falta de entereza que extrañamente puede tener en medio de crudos tropiezos. Es cuando en el fragor de una política utilitaria, o en el desenfreno de la micropolítica, la política aprueba y apoya aquel precepto que reza: “el fin justifica los medios”. De ahí que para Benjamín Disraeli, político y escritor inglés, “el ejercicio de la política puede definirse con una sola palabra: disimulo”. Sin duda, tal afirmación evidencia el juego perverso que resulta de la política cuando intereses oscuros se prestan para desactivar formalidades e instaurar corrompidos mecanismos de institucionalización de decisiones gubernamentales cargadas del más grosero populismo.
Lo que hasta acá se ha explicado, tiene que ver con la dualidad que se recoge del problema que se da cuando el hombre confundido o agobiado, deja manipularse por la incertidumbre o por la dubitación. Y aunque ello pueda ser propio de la naturaleza humana, toda vez que el asedio de las actuales realidades tiene la fuerza necesaria para provocar alguna variación en la toma de decisiones que guían lo cotidiano, pudiera pensarse que en medio de dicha situación se tiene otro problema. Éste, vinculado con la ambigüedad que incita el dilema que se vive de cara a la elección necesaria. E incluso, con el desconocimiento que puede padecerse ante las razones que inducen tal equívoco.
Es cuando lo de que “el hábito no hace al monje”, adquiere interpretaciones que pueden contradecirse o no. Todo ello, a partir de razones fundamentadas en el intelecto y la moral de cada quien. Aunque no siempre pareciera fácil asumir y mantener la postura moral que exige esta realidad. Y justamente, ahí está la dificultad de todo este problema. De manera que asegurar realmente que “el hábito no hace al monje”, no necesariamente es un asunto de actitud. Es particularmente, un problema de moralidad y ética. Sólo que si se atiende aquello de que la política según Louis Dumur, escritor suizo, es “el arte de servirse de los hombres haciéndoles creer que se les sirve a ellos” entonces se tendrá expresa razón para asentir que “el hábito no hace al monje”. Y este es sólo uno de esos preceptos que marcan.
“Las apariencias enfundan propósitos que, por momentos, en nada se corresponden con las ideas que el mismo disfraz o exterioridad intenta reflejar”
AJMonagas