Razones y pasiones: Cambios indeseados

Por: Eleazar Ontiveros Paolini…

La situación que vive el país, que rayana en lo inconcebible, ha provocado en  los venezolanos, sin que haya una generalización en cuanto a la intensidad, indiferencia, apatía, incredulidad, desconfianza, recelos  y una anomia social nunca antes vivida. Es decir, sentir que hay falta de normas e incapacidad en la estructura social  de  proveer lo que se necesita para lograr metas sociales deseadas. Y lo más embarazoso es no  vislumbrar la posibilidad inmediata de que tal situación cambie, pues hacerlo implica desbaratar el régimen que nos somete a tales circunstancias, necesitando para ello, como único camino, que no resulta expedito, la firme cohesión que requiere del soslayamiento de apetencias personales y grupales.

Esos aspectos negativos, que podría decirse tienen el carácter de generales, se acompañan de cambios indeseados que van discurriendo por la vida diaria sin que a veces lo notemos. Como tales parecen ser el resultado de un algo que nos arrastra a la pérdida sistemática de nuestros atributos y formas de relación social, por efecto de ese  espectro de inestabilidad  que  induce a olvidar o al menos a reducir, lo que nos era positivo y deseable.

En ese sentido, y podemos ponerlo todos en un plano consciente, resulta sobresaliente cómo hemos cambiado los temas de conversación cotidiana, familiar y en los círculos de amigos más allegados. Ahora en los cumpleaños, reuniones familiares, tertulias informales y en visitas, las mujeres dedican mucho tiempo a transmitirse unas a otras, como si de una competencia de conocimientos se tratara, los sitios en los que con seguridad encontrarán arroz, azúcar, harina, aceite, mantequilla y otros productos de uso diario, minimizando los temas relacionados con la familia, los hijos, los nietos, las lecturas habidas, los comentarios sobre el quehacer social, la moda, los planes futuros, los estudios e incluso los chistes y sucesos extraordinarios que se suceden en la ciudad y más allá de sus límites. A ello se suma mantenerse ensimismadas tecleando sin descansar el teléfono celular.

Y en los grupos de amigos que como tertulia se reúnen con regularidad para satisfacer la necesidad humana de la conversación, se han ido diluyendo en su intensidad los intercambios sobre ideas, proyectos, críticas, lecturas, ecología, literatura, cine, historia, deportes, poesía, hechos políticos, noticias locales, regionales e  internacionales, para contarse día a día, minuto a minuto, utilizando parte del tiempo, cuánto han subido los precios y cómo repercuten los mismos en su capacidad de adquirir lo necesario. A ello agrega, y eso parece también una especie de competencia, tratar cada cual de ser el primero el revisar el celular para dar a conocer cómo sube el dólar y el euro, conocer el último chisme político y la mucha basura insustancial que aparece en los celulares. Estamos transformando, sin percatarnos debidamente, la conversación adecuada, en algo banal e intrascendente, distante de centrarse en los análisis vitales del quehacer social e intelectual.