Razones y pasiones: Declina la demagogia

Por: Eleazar Ontiveros Paolini…

El Presidente, dada la ya generalizada apreciación del debacle al que llevó al país, sigue tratando con chapucero histrionismos y consternación manifiesta, de mostrarse como un ser superior, dueño de la verdad,  con base a su inveterada e inaceptable vulgaridad y disimulo ▬ patente de los inicuos ▬. Con sus peroratas discursivas, nos hace recordar con especial énfasis dos de los once principios del forjador de la propaganda nazi: Joseph Goebbel:  A saber,  El Principio de la  Transposición: “Cargar  sobre los otros los propios errores y culpas y si no puede negar las noticias que le son adversas, crear nuevas que le sean favorables, aprovechando el monopolio comunicacional”; Principio de la Vulgarización: “Toda propaganda debe ser popular, adaptado su nivel a los menos inteligentes. Cuanto más grande sea la masa a convencer, menor deberá ser el esfuerzo de ésta para asimilarlo”. Por supuesto que esto último denota manifiesto menosprecio.

Con tales argucias se pretende seguir engañando a un pueblo que está pasando, sin retorno posible, de la pasividad y la resignación a ejercer libérrimamente lo que la Constitución le permite en cuanto a la protesta, a la cual se quiere reprimir con las armas de la sinrazón: los fusiles, el miedo y los abusos de militares  y tarifados grupos denominados colectivos, sustentados no en lo ideológico sino en recibir prebendas y  hacerles sentir dueños del poder y como tales, enemigos de todos los que por el esfuerzo han logrado vidas sustentadas en la estabilidad económica. Un país no es rico por las potencialidades naturales. Estas son indicativas del desarrollo cuando se las utiliza al máximo, conscientemente. Un país es rico cuando tiene muchos hombres ricos, capaces de general empleo, producir, invertir y  dinamizar la sociedad.

Ahora se desaíra a la oposición  tratado de vender la idea de que además de escuálidos, apátridas, imperialista, defensores de burgueses son terroristas, dado el contundente hecho de que están rompiendo por la fuerza de la convicción,  las amarras que  los sujetaban a las imposiciones del autócrata y sus camarillas de adláteres.

Tildar a alguien de terrorista no es un simple juego de adjetivación; es tratarlo de violento, criminal, deslamado, desadaptado, delincuente y patibulario, lo que sin la menor duda no encaja al calificar a la oposición, pues todos saben que esta nunca ha llamado a actos violentos, sino a reclamar cívicamente sus derechos. No quiere decir que en las manifestaciones haya infiltrados que al realizar actos violentos facilitan calificaciones indebidas. Por otra parte, y en esto hay que estar claro, puede ser que en una manifestación, algunos obnubilados por la efervescencia del reclamo, opten individualmente por algo inadecuado, lo que no da pábulo para una calificación general. Recordemos para entender la razón del calificativo, que una de las acepciones de terrorismo nos dice que tal calificación o acusación es la dada  en especial por  gobiernos y políticos a quienes  por el hecho de ejercer su libre pensamiento, no comulgan  con sus ideas.

Y lo que pide este pueblo, sin violencia, es salir del estercolero en que ha sido sumergido. Las reacciones del Gobierno, que si son violentas, no solo en lo físico, sino también en lo verbal, lo psicológico y en la aplicación de las leyes, demuestran inferioridad e incapacidad de enfrentar constructivamente las controversias, en especial las ideológicas, en un plano plenamente democrático, el electoral, en donde cada voto dignifica la opinión de quien ejerce ese derecho..

Cuando un gobernante sobrepone  el “querer” al entendimiento,  estamos en presencia  de un algo obsesivo, caracterizado por la ansiedad, la  inquietud, la aprensión, la preocupación y las conductas repetitivas, es decir, pulsaciones dirigidas a remover esa ansiedad. El “querer” no puede estar desprovisto del entendimiento en quienes se consideran conductores sociales.