Regando el jardín del vecino

Por: Bernardo Moncada Cardenas..

Todo país tiene derecho a una historia de avance y mejoramiento cultural y material, lo cual en correspondencia causa un deber para sus gobernantes. En nuestro continente, Colombia, Ecuador, Bolivia y Chile han sido ejemplos cercanos de cómo remontar el inicio de un siglo con significativos pasos para satisfacer ese derecho.

Venezuela, a su vez, parece haberse ahogado en la travesía del cambio de centuria. Buscando castigar y superar políticas que nos sumieron en problemáticas semejantes a las de los citados países, saltamos “de la sartén al fuego”, y nos encontramos en el inocultable caos de una nación en bancarrota. Para colmo, este fracaso sucede en la mayor bonanza financiera que ha podido llover sobre país alguno, de la mano de un proyecto político que supo seducir la población para gozar de un incomparable e incondicional apoyo electoral.

El nuestro, en esta circunstancia, ha pasado de ser un país de esperanzada inmigración a emisor de angustiada emigración. Más de un millón de coterráneos han partido huyendo de la ciega violencia que nos amenaza y buscando la calidad de vida a que todo ser humano aspira. Muchos de estos son profesionales de alta calificación, algunos formados en gerencia y emprendimiento y muchos preparados para docencia e investigación al máximo nivel. En Estados Unidos trabajan más de ochocientos mil, muchos han emigrado a España, México, Chile, Canadá, Australia, así como a las vecinas Colombia y Panamá. Hay sin embargo un destino que llama la atención por lo paradójico, y se trata del “Programa Prometeo – Viejos Sabios” el cual, como escribió la periodista Andrea Montilla, “impulsa el Gobierno ecuatoriano para captar científicos extranjeros con título de PhD.” (El Nacional, 16.05.13) Entre los beneficios que reciben está un sueldo mensual de entre 4.000 y 6.000 dólares. “A uno lo valoran como científico, con un sueldo acorde con la experiencia. Uno es bien recibido, tratado y apoyado”, asegura el profesor de la USB Ricardo Silva, que laboró durante seis meses en la Universidad Estatal de Guayaquil.

No voy a citar el número de profesionales ulandinos aceptados y beneficiados por el ecuatoriano Prometeo, pero con los salarios que devengamos se imaginará el lector cuán atractivo es ver las propias habilidades  tan bien retribuidas, mientras en nuestro patio se recibe uno de los más bajos y despectivos estipendios del planeta. Ni me dirijo a criticar la iniciativa ecuatoriana. Lo que subrayo aquí es como un gobierno que ha recibido ingentes recursos de parte del gobierno venezolano, a costa en gran parte del deterioro de lo que fue un floreciente potencial universitario, los ha utilizado para atraer parte de la fuga de cerebros que Venezuela sufre. Una de nuestras egresadas comenta entusiasta que “el gobierno de Ecuador invierte grandes recursos en educación e investigación, áreas que considera muy importantes; y su interés radica en reforzarlas pues continuamente las universidades son evaluadas desde la planta física hasta preparación de los doctores para su respectiva acreditación.” Y, valdría completar, aprovechando las pésimas condiciones en que el estúpido benefactor socialista bolivariano mantiene dichas áreas, mientras facilita sus petrodólares para sostenerlas en Ecuador.

La política de subsidiar y sostener el bienestar de gobiernos amigos, para garantizar su apoyo en organismos internacionales, es un despilfarro de dudosa efectividad. Pero cuando el resultado es estimular y financiar la fuga de cerebros como se hace hacia Ecuador, se fomenta el peor de los contrabandos de extracción y la imbecilidad se torna suicida. Mal podría Correa no aprovecharse.

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