Viernes Santo: La vía de la Cruz empieza en Getsemaní

La desconcertante Pascua que acaban de celebrar con el Maestro termina, para sus discípulos, de manera funesta: Judas se ha ido, no saben dónde; Jesús, terminada la cena, se separa y va a orar solo, como a menudo lo hacía. Ellos ignoran la tempestad que ruge en el corazón del Mesías y cansados se duermen a la puerta de Getsemaní.

En la oscuridad Jesús muestra que comparte totalmente nuestra humanidad. Siente hasta lo extremo el temor que invade a cualquier perseguido cuando sabe que no podrá ya salvarse. Especialmente quienes “sufren persecución por causa de la justicia” viven este temor, pues los justos son usualmente hostigados por los infames, por los injustos, los inhumanos: humanos que han entregado su corazón al Poder, al Odio, al Dinero o a la Concupiscencia, todos falsos dioses, y que precisamente por su inhumanidad son capaces de la peor violencia. Y Jesús por excelencia era un perseguido por causa de la justicia. Se estremece, llora y suda gotas de sudor sanguinolento. El Evangelio cuida de relatar apuntes de este momento porque debe quedar claro que Cristo no va al suplicio y la ejecución como un súper-héroe impávido, sino pasando por la agonía de la más modesta víctima del mal: del campesino salvadoreño que vio llegar a su casa soldados armados, del ruandés anónimo que se encontró alcanzado por el machete de sus perseguidores, del fiel que sintió arder las paredes de la capilla donde oraba, incendiada por el rencor pseudo-religioso. Y sólo se salva como pudieron salvarse las almas de esos perseguidos: “No se haga mi voluntad, sino la Tuya, Padre.

A los discípulos los despertará el tumulto que llega a llevarse al Rabí inerme, manso, mientras los poderosos vienen desproporcionadamente, ridículamente, armados hasta los dientes. Como llegan siempre los injustos. Comienza el transcurso final de esta historia imposible, el que según la tradición rememoró año tras año María, la madre, visitando los puntos que marcó la sangre preciosa de su hijo y orando ante ellos. Comienza la Vía Dolorosa, el camino de la cruz que –en cierto modo- es analogía de las inevitables fatigas de la criatura humana, aunque Jesús bien sabe que su camino no se detendrá en la cruz ni en el sepulcro. El Vía Crucis de hoy es el de nuestro día a día, y Cristo vino a compartirlo para llenar nuestra fatiga de significado y esperanza.

Por: Bernardo Moncada Cardenas