Al otro lado del puente: De aprendizajes y coyunturas

Por Anderzon Medina Roa…

Si pensamos en aprendizaje, seguramente nos vendrá a la mente la adquisición del conocimiento acerca de algo, ya sea por medio de experiencia, la práctica o el estudio de ese algo. Erróneamente, pensamos que tal proceso solo es consciente y que estamos a cargo del mismo siempre. El aprendizaje es algo que ocurre a cada momento de nuestra cotidianidad y en algún punto podríamos decir que terminamos aprendiendo cosas, actitudes, que luego regirán nuestras acciones y reacciones sin estar conscientes de ello. Por otra parte, todo aprendizaje viene mediado por quienes somos dentro de nuestra cultura y las características, potencialidades, limitaciones, historia de la misma. Todo esto configurará nuestra visión de mundo y forma de entender y construir el día a día que, ingenuamente, pensamos que es 100% original, propio, único. Somos seres gregarios y esto influye en nuestro aprendizaje.

Aprendemos acerca de cosas de todo tipo las que, según nos parezca, serán útiles o no, positivas o no, de nuevo según sean contrastadas y aceptadas dentro de nuestra sociedad. Así, me atrevo a decir que los cambios en una sociedad vienen dados de formas que afecten la cotidianidad de los individuos. Hace ya varios meses hablaba sobre la deconstrucción del trabajo como valor en un país donde el salario mínimo alcanza para virtualmente nada y en el que el ciudadano de a pie no solo tiene que buscar otras formas de generar ingresos que le permitan el sustento familiar, sino que en el proceso entendió que el trabajo ya no puede concebirlo como lo hacía antes.

El constante padecer de los venezolanos a ambos lados del puente (servicios públicos, acceso a alimentos y medicinas, extrañamiento en culturas ya no tan afables con los migrantes venezolanos) está, incuestionablemente, reconfigurando las maneras en que comprendemos la realidad cotidiana. Los procesos de naturalización de dicho padecer dentro o fuera del país hacen que, en un acto natural de supervivencia, consigamos maneras de lidiar con esa onerosa normalidad en formas que nos permitan mantener un poco de cordura. Sin embargo, cada vez me parece más que el precio que pagamos es muy alto y significa un aprendizaje que nos desarticula como ciudadanos y nos construye más como sobrevivientes desde una impotencia aprendida, lo que nos lleva a actuar de manera pasiva ante esa cotidianidad que abruma. Consecuencia apenas lógica de los acontecimientos políticos y sociales de los últimos diez años.

No obstante, hay la necesidad imperante de notar ese aprendizaje inconsciente, de ponerle la lupa, traerlo a primer plano y darnos cuenta de que, si bien es cierto que las circunstancias cotidianas pueden llegar a ser abrumadoras, cada día sigue, y, donde quiera que estemos, somos lo que hemos logrado ser dentro de esta cultura. El proceso de adaptación a nuevas culturas (extranjeras o a la nueva forma de vivir esta Venezuela) podrá funcionar más eficientemente si no lo hacemos de manera pasiva, asumiendo la responsabilidad de las decisiones tomadas (las pocas que se puedan tomar) y las consecuencias que ellas conllevan.

Vivir fuera del país, en un exilio forzado en busca de mejores oportunidades, trae como consecuencia la necesidad de adaptarnos a las formas y costumbres del sitio donde lleguemos, sí, pero también demanda la capacidad de lidiar con nostalgias y sentimientos encontrados donde nos vemos en lugares en los que quizá solucionemos las necesidades materiales pero los vínculos sociales (esos que también nos hacen humanos) se vean rotos, dejándonos en un estado de indefensión. Vivir en el país, quizá en insilio, quizá haciéndonos los locos para no enloquecer, demanda nuestra capacidad de resiliencia, en cuyo ejercicio será necesario no descuidarnos para entrar en un estado de desesperanza aprendida pues, aún dentro de las carencias materiales cotidianas, podemos ejercer control de algunas situaciones. Estos son parte de los aprendizajes que nos ha ido dejando esta coyuntura, y la tarea debe hacerse de manera consciente al punto de que la cotidianidad se transforme en una normalidad decidida, dentro de las posibilidades de cada quien (en exilio o en insilio), lo que sin duda sumará en el cotidiano construir realidades y construirnos como sujetos activos dentro de ellas.

Prof. ASOCIADO de la Universidad de Los Andes

@medina_anderzon