Al otro lado del puente: Educación e historias diarias

Por: Anderzon Medina Roa…

Más allá de ser seres biológicos, seres a base de carbono que nacemos, crecemos nos reproducimos y morimos, somos seres narrativos. Contamos y escuchamos historias a diario, historias a través de las que nos explicamos desde lo mundano y hasta lo divino. Hasta hace relativamente poco, esas historias solo nos contaban narrativas mágico-religiosas, pero luego aprendimos a buscar historias distintas, a plantear nuevas narraciones y a cambiar las historias originarias.

Este cambio significó una suerte de despertar, la posibilidad de cuestionar órdenes establecidos, apuntalados en narraciones mágico-religiosas desde las que comprendíamos vida, muerte y todo lo que ocurría entre ese principio y fin. Hace poco más de 200 años es que vemos un cambio en el alcance de la educación, otrora reservada para estratos favorecidos por ese orden mágico-religioso. Un cambio que hace que progresivamente más personas tuvieran acceso a formarse, a leer, a escribir, a textos escritos en su propia lengua a través de los cuales, dentro de un sistema establecido que podemos enmarcar en la generalidad de la revolución industrial, se educó y se hizo consciente de sí mismo y de su lugar en el mundo, pudiendo ahora cuestionar y cuestionarse.

Es por esto, grosso modo, que podemos decir que la educación es la vía más segura para liberarse de la pobreza. Primero de pobreza intelectual y de allí, de pobrezas materiales. Valga también acotar que en el marco de ese cambio general que afectó a la educación, la pobreza también se redimensionó, y tenemos diferentes tipos de pobreza. Más aún, las historias que nos cuentan y que contamos también han cambiado, se han hecho más complejas. Aún así, siempre buscamos historias en las que podamos identificarnos, en parte, para seguir con la comprensión del tránsito que nos corresponde entre nacer y morir. Cabe entonces pensar en cómo podría alguien comprender esas historias diarias para comprender el complejo mundo en que vivimos sin un entrenamiento, sin conocimiento, sin herramientas para comprender lo que podemos hacer, para hacerlo, y lo que no, para saber por qué.

Según UNICEF, previo a la pandemia por COVID-19 había en el mundo más niños asistiendo a la escuela que en ningún otro momento en la historia. No obstante, Save the Children, una organización no gubernamental, estima que luego de la pandemia, cerca de 10 millones de niños en 40 países podrían no volver a la educación formal. La pandemia está profundizando diferencias que ya existían; está haciendo al mundo injusto, un mundo más injusto. Esto plantea la necesidad de preguntarse una y otra vez acerca de las diferencias entre ricos y pobres (países e individuos) y las implicaciones que estas tienen en la formación de esa gran cantidad de estudiantes que ahora se ve reducida por la COVID-19. Podemos preguntarnos sobre la prosecución de esos individuos en los sistemas educativos, las opciones que este les dé para su formación y salidas intermedias para poder insertarse en mercados laborales locales y globales, así como la capacidad de estos últimos de absorberlos.

En una mirada rápida, lo que obtenemos es una imagen desgastada en la que vemos las narrativas de izquierdas y derechas, de capitalismos y comunismos, de identitarios y su combinación con los anteriores, y la necesidad de reemplazarlas, la necesidad de contar mejores historias que procuren un mundo de intereses comunes. Una forma de iniciar este reemplazo de viejas narrativas es la educación, la que no obstante debe trascender la transmisión de información para fomentar el pensamiento crítico, la creatividad.

Esto es algo que debe iniciar en los docentes en ejercicio, quienes han sido formados en esquemas que responden a tiempos distintos y que deben adaptarse a nuevos aprendices, a nuevos aprendizajes. Este ya era un reto en nuestros sistemas educativos, de manera que hoy, con el abrupto cambio en el sistema educativo causado por la contingencia, se convierte en un asunto crítico. Docentes sin herramientas didácticas, sin la formación para comprender, planificar y ejecutar sus clases en un sistema a distancia no lo harán de manera exitosa, aún si tuvieran las herramientas materiales necesarias para llevar esa educación a distancia a través de medios electrónicos (estabilidad en el fluido eléctrico, conexión a Internet, equipos adecuados, entre otros); de esto hay ejemplos no digamos solo en el continente, sino en el mundo. En consecuencia, la formación de docentes para implementar la educación a distancia es un paso necesario a dar, y ya vamos tarde.

La educación, insisto, provee herramientas para cuestionar y cuestionarnos. Sin embargo, un sistema de formación acrítica, que enseñe a repetir y no a crear, difícilmente podrá llamarse educación. Sin cuestionamientos no hay pensamiento crítico, sino dogma. Y en un dogma no hay espacios para cambiar las narrativas por las que comprendemos el día a día. Sin educación no hay posibilidad de nuevas historias, y nos merecemos nuevas historias.

Prof. ASOCIADO de la Universidad de Los Andes

@medina_anderzon