Al otro lado del puente: Ineficiente queja

Por: Anderzon Medina Roa…

Hemos aprendido a que la queja es un derecho humano no manifiesto. La queja respecto a la cotidianidad es posiblemente el único espacio que para la cordura consiguen las masas venezolanas para lidiar el día a día. La queja se convierte además en un espacio creativo, donde se da rienda suelta a toda clase de imaginarios en los que la justicia algún día triunfará y los villanos sufrirán el peso de una ley con puño de hierro.

Nos quejamos en conjunto, mientras conversamos con vecinos y amigos respecto a lo intolerable de la situación, a lo inaguantable de “esto” y allí empieza la creación colectiva de ficciones en las que caben todo aquello que podamos imaginar respecto a como “son” las cosas y mil quinientas posibles salidas que se van resumiendo en una que nunca llega, pero que siempre se mantiene dentro de la esperanza al ver cómo en otras latitudes “el bien triunfa contra el mal”. Esto es una ingenuidad colectiva.

Y sí, me parece que, en ese ejercicio cotidiano de la queja, se manifiesta nuestra aún profunda ingenuidad y desinformación respecto al mundo que nos rodea. Mantenemos una visión mágico-religiosa de esos mundos ficcionales de grandes batallas entre el bien y el mal, en donde los villanos han sido como un consorcio en el que las caras visibles son más o menos las mismas desde hace ya mucho rato. Cuánto daño ha hecho el mito del bien contra el mal en la historia humana. Los que no han logrado asentarse en su rol son los héroes, los salvadores que vendrán a derrotar al mal. Aspirando a este rol, en esos mundos ficcionales colectivos, hemos visto pasar al menos tres generaciones de políticos, algunos de ellos promesas no cumplidas de la esfera política venezolana, otros, sujetos circunstanciales de una situación que no comprendieron y en la no lograron nada relevante, también están aquellos que han comprendido cómo navegar las turbias aguas de estos tiempos y que, algunos incluso desde un cómodo exilio, manejan el desenvolvimiento del acontecer político diario.

Esto contrasta escandalosamente con la cotidianidad del venezolano promedio, dentro o fuera de Venezuela, ese que hace de la queja una válvula de escape y que ha aprendido, sin darse cuenta, a lidiar con una realidad denunciada como inaguantable, pero que aguanta, ha aprendido igualmente a distraerse con las “ollas” de las que participan toda la clase política, sin importar de que lado se declaren, que derivan en discusiones bizantinas respecto a comidillas que se van renovando cotidianamente. Es un modo de vivir, de mantener el statu quo, a todos en su lugar y a las masas distraídas.

Todo aprendizaje viene mediado por quienes somos dentro de nuestra cultura y las características, potencialidades, limitaciones e historia de la misma. La historia se hace cotidianamente y depende de cada individuo y del conjunto de individuos en una sociedad quienes, siendo y haciendo, vamos mediando lo que somos con lo que podemos ser dentro de nuestra cultura. Las potencialidades seguramente podrán verse mejor en la medida en que nos desenfoquemos de las “ollas” cotidianas y nos enfoquemos en aquello en lo que podamos afectar productivamente para nosotros mismos y para el todo, haciéndonos cargo de las decisiones que podamos efectivamente tomar en nuestro marco de acción, las que en última instancia afectan el microcosmos en el que nos desenvolvemos. Desaprender para aprender es la tarea, así desestimaremos la queja cotidiana, por su poca eficiencia.

Prof. Asociado de la Universidad de Los Andes

@medina_anderzon