Al otro lado del puente: Muchas gracias por los buenos días

Por Anderson Medina…

En el día a día de los habitantes de Bogotá, los millones que utilizan el sistema de transporte masivo presencian una práctica ya normalizada en la que personas logran su sustento ofreciendo algo, presentándose en un monólogo el cual más o menos es así: “Señores, ante todo la educación, así que muy buenos días a todos [pausa corta esperando la respuesta de algunos], muchas gracias por sus buenos días”. Con este preámbulo, el que va en su ruta desde o hacia el trabajo o a hacer cualquier diligencia reconoce y se prepara para lo que sigue. Algunos con atención, algunos con solidaridad, otros simplemente ignoran la presencia del que monologa (señal de desaprobación), otros se indignan y otros más se molestan (más señales de desaprobación).

Luego del preámbulo, el monólogo inicia en un tono empático: “Señores, yo sé que es molesto para ustedes, que se baja uno y se monta otro”, y sin más, ese intento de empatía apela a la compasión de la audiencia: “Señores, es molesto para ustedes pero no crean que para mí es fácil pararme frente a ustedes a hacer esto, pero me veo en la necesidad de apelar a su solidaridad”. Establecida esta conexión de solidaridad, se desarrolla la historia en el monólogo. En este desarrollo pueden encontrarse tres historias generales que se repiten: (1) un joven más que tiene un hijo(a) a quien debe enviarle dinero para comida, (2) un desplazado más (por la problemática venezolana o por la problemática interna colombiana) que acaba de llegar a la ciudad a buscar una mejor vida, (3) una familia (una pareja y al menos un niño) que busca mejores oportunidades y mejor futuro para sus hijos (venezolanos o de las zonas más deprimidas de Colombia). Estas historias se ven todas contextualizadas en situaciones socioeconómicas trágicas y son historias de supervivencia. 

Reducirlas a tres relatos tipo no es sino un intento de reconocer la sistematicidad de esta práctica cotidiana. Las historias varían en tono y en anécdotas, redundan en la nostalgia de la vida que se vieron forzados a dejar atrás, la que en el caso de los venezolanos los lleva a esa embarazosa situación en la que, dada la migración no planificada, no cuentan con la condición legal para poder insertarse en el mercado laboral local. De allí la imposibilidad de acceder a algo distinto a actividades informales para conseguir el sustento diario: desde dinero para el arriendo, como medios de sustento o artículos de primera necesidad: “cualquier moneda que tengan a bien dar, que quizá no represente mucho para ustedes, significa mucho para mí/nosotros” o “si no tienen dinero, pero llevan con ustedes algo de comer o beber, también será de gran ayuda pues aún no he/hemos comido en el día”. En el caso de los colombianos, el argumento de la legalidad para trabajar no aplica, así que la atención tiende a enfocarse hacia las condiciones paupérrimas de las regiones de donde provienen, la falta de oferta laboral, la violencia que hace que se desplacen y su poca fortuna en conseguir un trabajo formal en la ciudad.  

El monólogo se mueve así de la empatía hasta la lástima, a través de la compasión del que escucha. El venezolano, lamentable mayoría, finaliza usualmente con una reflexión: “cuiden su país, nadie sabe lo que tiene hasta que lo pierde señores, Venezuela es un país rico, señores, que los políticos han destruido.” Luego, sigue el agradecimiento por la atención y colaboración y finalmente la colecta. Monedas, billetes de baja denominación, una galleta, algo sale de cada monólogo que no toma más de 5 minutos. Los autobuses del sistema Transmilenio son en su mayoría grandes, así que el monólogo se repite en la segunda mitad del bus, hasta una segunda colecta. Diez, quince minutos de monólogos y colecta, siguiente parada, otro bus, más monólogos, otra parada, otro bus, otra ruta y así continúa el día. 

No obstante, en este sistema de transporte masivo, no solo se consiguen personas que apelan a la solidaridad sin más que con su historia de tragedia. Son muchos los vendedores ambulantes quienes hacen de la economía informal su medio de trabajo. Tanto así que hay campañas comunicacionales del sistema de transporte que invitan a los usuarios a evitar compras a estos vendedores. También están quienes ofrecensu arte (poetas, cantantes) a cambio de dinero. En fin, siempre hay alguien que ofrece algo como intercambio por el dinero que precisan para su sustento. Llama la atención, no obstante, que los más utilizan la lástima como su moneda de cambio. 

La mendicidad no es para nada un problema nuevo para Bogotá, los habitantes de la calle son parte del paisaje urbano en esta ciudad, logran mimetizarse en la cotidianidad de una urbe vibrante que en cierto sentido normaliza su presencia. Sin embargo, la migración venezolana descontrolada de los últimos años en esta ciudad le da una dimensión distinta a esta realidad, una que las autoridades aún intentan comprender mientras se ven en la necesidad de atenderla.

En ese esfuerzo no solo están las autoridades locales, distritales y nacionales colombianas, sino que hay un collage de ONGs que se dedican a ayudar a este mar de gente en estado de vulnerabilidad. No obstante, no faltan los casos en que algunos de los necesitados evadan tal ayuda, por increíble que suene. El abc de la ayuda a poblaciones vulnerables apunta a una atención inmediata de su condición y luego a buscar formas de integrarlos al sistema social, por vías de inserción laboral y en esta fase hay quienes prefieren seguir ofreciendo la lástima como moneda de cambio (una situación aún no formalmente documentada pero no por ello inexistente). Es un trabajo titánico, que, al lidiar con cambios en un modus vivendi, como el de Sísifo, nunca termina. 

La realidad de la mendicidad en Bogotá se ve compuesta por gentes que vienen de zonas deprimidas del país, así como por cierto tipo de migración venezolana (aquella a la que nos referimos hace semanas como la cuarta ola de migración venezolana a Colombia en 20 años). Sin embargo, aunque no hay cifras oficiales respecto a que este último segmento haya hecho que la mendicidad en la ciudad haya aumentado considerablemente en los últimos años, la percepción en la cotidianidad de que en efecto esto sea así suma a la construcción discursiva de la migración como un problema. Tal construcción tiene un triste punto de apoyo en ese discurso diario en las diferentes estaciones y unidades del transporte masivo bogotano. La construcción desde la solidaridad y la lástima que apela a la ayuda desde la humanidad del otro se ve afectada por la constancia en la presencia y repetición sistemática del discurso, lo cual hace que pierda efecto y hasta credibilidad, generando una imagen distorsionada del migrante que se generaliza y afecta negativamente la imagen del migrante. 

Una vez más, se trata de una encrucijada en la que no hay ni salidas rápidas, ni salidas mágicas. Así como se trata de realidades que se constituyen de construcciones discursivas que fomentamos y reforzamos desde nuestra percepción y comprensión de las circunstancias que han derivado en ese numeroso grupo de oferentes de su propia tragedia como medio de sustento diario.    

Doctor Anderzon Medina

Profesod ASOCIADO Universidad de Los Andes

@medina_anderzon