Al otro lado del puente: Todo cuenta

Por: Anderzon Medina Roa…

Desde el inicio de lo que se ha convertido en el movimiento mundial #BlackLivesMatter me ha sorprendido lo que puede leerse entre líneas del mismo. No hay duda respecto a que el detonante es muy entendible: abuso policial a un miembro de una minoría étnica en un país en el que tales afiliaciones son primordiales para la construcción e interacción con el mundo. Incluso la producción literaria la organizan por ascendencia étnica.

Es decir, si vas a una librería a buscar narrativa o poesía contemporánea, por ejemplo, en los anaqueles te conseguirás textos clasificados de acuerdo a la ascendencia étnica de sus autores. En tal sentido, conseguirás escritores afroamericanos, nativo-americanos, chino-americanos, chicano-americanos y así, la lista va reflejando esa forma de organizar y comprender el mundo que también puedes ver en la forma en que se organizan algunas ciudades y sus barrios en diferentes grupos de miembros de una misma ascendencia étnica. Es una forma de ver el mundo, ni mejor ni peor. Una en la que se lee el reconocimiento del acervo cultural de cada quien, sus costumbres, visiones de mundo, formas de representarse e interactuar. Un sistema en el que idealmente, todos aportan para crear en conjunto la identidad cultural de una nación.

Idealmente, he de resaltar, pues en realidad existen desigualdades a todo nivel que hacen que algo como la muerte de un ciudadano afroamericano a manos de un oficial de policía blanco haya sido la gota que derramara el vaso en esta ocasión. Y es entonces cuando vemos, en tiempos de redes sociales en los que todos tenemos algo que decir y lo decimos, que se van organizando protestas que apelan a esos sentimientos de desigualdad históricamente acumulados, en los que miles sienten tener espacio para que su voz sea escuchada, junto con las de otros como ellos. Todo bien hasta aquí: reconocer las diferencias y las desigualdades e injusticias que derivan de ellas.

Sin embargo, este ha sido un hecho político que se ha expandido por todo occidente y ha generado varias reacciones que desvirtúan, opino, las razones históricas y contextuales que le dieron origen y cuestionan la modernidad del pensamiento que las impulsa.  Por una parte, fuimos testigos del paso de la protesta reivindicativa al vandalismo y al saqueo en varias ciudades norteamericanas, al punto de ver la decisión de un gobierno federal en desplegar fuerzas que normalmente no se utilizan para garantizar orden público, en un país en el que la noción de federación es patente y no solo letra escrita en documentos archivados o a los que solo se les rinde culto. La similitud entre la naturaleza y desarrollo de esos actos vandálicos y lo ocurrido solo el año pasado en las capitales chilena y ecuatoriana es algo difícil de negar y fácil de conectar desde alguna perspectiva política en la que se considere que este es año electoral en ese país del norte.

Por otra parte, ver la forma en que son vandalizadas imágenes y estatuas de personajes relacionados con los procesos de colonización y dominio del mundo por parte de potencias europeas a partir del siglo XV hacen dudar de las capacidades de pensamiento crítico que se supone se desarrollan en todos los sistemas educativos occidentales. No hay duda que a la luz de las formas en las que hoy vemos, comprendemos y construimos el mundo, estos personajes no quedarían para nada representados como prohombres de nuestro tiempo. Sin embargo, esto sería tan anacrónico como acusar a la Grecia clásica, cuna de nuestra civilización, de esclavista, con toda la carga significativa que ello lleva hoy. 

Pareciera que, sin importar dónde, hay quienes buscan aprovechar la realidad de las desigualdades entre los hombres (algo que existe desde que el mundo es mundo), promoviendo, por una parte, una reescritura de la historia en la que los hechos que nos han traído hasta aquí sean interpretados extraídos de su contexto, lo que podría fomentar un tipo de desinformación, dogmatizada y acrítica. Un énfasis en las diferencias y la dialéctica de la desigualdad, no para cambiar esa dialéctica, sino los roles de los participantes. La historia del mundo, dirán algunos. Y pienso, si seguimos pretendiendo reescribirla para obviar lo que nos trajo hasta aquí, para resaltar lo malo omitiendo el hecho de que esas nociones (bueno, malo, justo, injusto, y un largo etcétera) dependen del contexto (espacio y tiempo) en el que se les use, entonces nos condenan a un eterno presente en el que no sabremos de dónde venimos ni a dónde dirigirnos. Una vez más, sin perspectiva, solo seremos una masa acrítica, dogmatizada.

Prof. ASOCIADO de la Universidad de Los Andes

@medina_anderzon