Por José Luis Chacón Ramírez…
Nació, creció y estudió durante su juventud en San Cristóbal, junto a sus padres Laura y Rafael, sus siete hermanos y su morocho Luis Benito. Termina el bachillerato en Caracas, luego que su familia se mudara a la capital, donde se destacó por su belleza y sociabilidad.
Mientras cuidaba de su papá enfermo, conoce a José, quien iba a visitarlo de parte de la familia Chacón Guerra. Es el comienzo de una nueva etapa familiar. Casada con José vivieron en Los Caobos y Bello Monte, donde nacen sus dos hijos mayores, José Enrique y Acacio José. Betty se convirtió en ama de casa, mientras José trabajaba en el Ministerio de Fomento.
Tras el llamado de Mons. Acacio Chacón Guerra deciden mudarse a Mérida. Llegan a la casa del “tío Monseñor” en Ejido, y desde ahí Betty empieza a despuntar en la vida pública. En la parroquia Matriz, se vuelve una colaboradora incansable de Las Cuarenta Horas. Es electa concejal por el partido Copei, destacándose como una mujer de vanguardia. Y a nivel social, causó gran revuelo al traer a este pueblo de provincia, las ideas cosmopolitas de la capital.
Luego de recuperarse de un aparatoso accidente vial, se muda junto a toda la familia, con un nuevo integrante, el hijo menor José Luis, a Villa San José, una casa moderna ubicada en la Avenida Urdaneta. Alli ya estaban viviendo Mons. Chacón y sus dos hermanas, María y Anita. Mientras Monseñor era homenajeado y personalidades de todas partes lo visitaban, Betty se encargaba de ser la mejor anfitriona; atendía las visitas y organizaba todos los eventos celebrativos, convirtiéndose en la perfecta maestra de ceremonias.
Fue luego llamada por el entonces gobernador del Estado, Dr. Germán Briceño Ferrigni, a ocupar el cargo de gerente de la Pequeña y Mediana Industria. Y en paralelo, su compromiso con Copei creció aún más; cada campaña presidencial era ocasión para que Doña Betty desarrollara y mostrara su vocación política. Luego de su interim por su cargo público, asumió el puesto de Ejecutiva de Créditos en el Banco Hipotecario Unido, y su fama como gerente y ejecutiva se consolidó.
Pero adelante vinieron tiempos más sombríos. Primero fallece María, luego Mons. Chacón, y finalmente el golpe más doloroso, la enfermedad y partida de su hijo José Enrique. La pérdida de un hijo, joven y talentoso, es algo extremadamente duro, pero Betty junto a José, pudieron enfrentar y aceptar este hecho con una fe impresionante. Y ese es, por cierto, uno de sus rasgos personales más esenciales; devota fiel de María Auxiliadora y promotora extraordinaria del Rosario, Betty llevó una vida de cristiana ejemplar. Eso la llevó a realizar tres impresionantes obras de labor caritativa.
La primera fue en la Fundación de Diabéticos, en diferentes etapas. Primero en el Ambulatorio de Belén, luego en Camiula, y finalmente en los Campamentos de la Gobernación junto al equipo de Endocrinología del HULA. En cada etapa, su labor fue ayudar a formar al jóven diabético, junto a su familia, a cuidarse por sí mismo; así como había logrado hacer con su hijo Acacio, diabético desde la niñez.
La segunda fue en la Asociación Civil Deminfa. Esta iniciativa patrocinada por el Ministerio de la Familia y con la colaboración de varias damas copeyanas, organizaba y realizaba talleres de capacitación en artes y oficios en diferentes áreas del estado, con el fin de consolidar empresas familiares que sustentaran económicamente comunidades enteras, mucho antes de que se hablara de emprendimiento.
Y la tercera obra fue frente a la Fundación Amigos del Seminario, de la cual muchos han sido testigos cercanos y beneficiarios directos. Liderando esta iniciativa logró por muchos años mover a la sociedad merideña para que colaborara económicamente en la manutención de los seminaristas, muchos de ellos hoy en parroquias y cargos eclesiásticos importantes.
Para terminar esta semblanza, hay que mencionar una parte de su vida que fue muy importante: los años vividos en Vancouver, junto a José y sus hijos, donde desplegó y perfeccionó todos sus talentos de sociabilidad y diplomacia. Allí lograron la bendición de sanar las heridas por la pérdida de José Enrique, y representar por todo lo alto su país, dejando una huella imborrable de amistad, bondad y generosidad que aún hoy día persiste.
Doña Betty fue una mujer impresionante, con un don de gente que causaba admiración y seguimiento. Quienes la conocieron tienen un referente extraordinario, un bello recuerdo que deben atesorar siempre. Aquí en la Tierra Betty estuvo siempre presta y disponible para ayudar y colaborar en atender cualquier necesidad; ahora desde el cielo seguramente podrá atender cualquier pedido e intercederá con la misma fuerza y además con el apoyo de toda la corte de ángeles celestiales que la acompañan. Así era y así sigue presente nuestra querida Betty.
14-02-2024