Por: Bernardo Moncada Cárdenas…
«El hecho de que el Señor nos ofrezca una vez más un tiempo favorable para nuestra conversión nunca debemos darlo por supuesto. Esta nueva oportunidad debería suscitar en nosotros un sentido de reconocimiento y sacudir nuestra modorra.…
En la Cuaresma de 2020, del 26 al 28 de marzo, he convocado en Asís a los jóvenes economistas, emprendedores y change-makers, con el objetivo de contribuir a diseñar una economía más justa e inclusiva que la actual. Como ha repetido muchas veces el magisterio de la Iglesia, la política es una forma eminente de caridad (cf. Pío XI). También lo será el ocuparse de la economía con este mismo espíritu evangélico, que es el espíritu de las Bienaventuranzas.» Papa Francisco, Mensaje de Cuaresma 2020
Sacudir nuestra modorra, es el llamado primordial de toda Cuaresma. Podemos también decir, como está de moda, “salir de nuestra zona de confort”.
No da pie con bola quien, una vez más, se prepara para el Tiempo de Cuaresma como quien saca el viejo traje del baúl para volver a disfrazarse en un carnaval más o menos triste, o ensaya la amargura en el rostro para mostrar forzada contrición. Uno de los principales soportes para vivir la Cuaresma es, además de la oración y la penitencia, la caridad. Y de nuevo podemos errar, cuando reducimos la caridad al acto de la limosna. Ciertamente, ayudar a quien necesita es muy necesario en una situación cuya injusticia ha agravado tanto la pobreza existente. Pero la caridad es más que un acto, es una actitud, una actitud personal que sólo puede resumirse en otra palabra: Amor. Y reinterpretar la Cuaresma y la caridad como amor es sacudir nuestra modorra.
Un amor que predispone a la moralidad de desear el bien ajeno, el bien de los demás. Los otros, sin distinciones. Nos recuerda el Santo padre en su mensaje que “Dios ama también a sus enemigos“, la caridad-amor busca -al darse al bien del otro- el bien común, y el bien común es de todos o no es verdaderamente común. La caridad, entonces, es política en el más alto sentido, “la política es una forma eminente de caridad” pues, sin ese amor moral que busca el bienestar de los demás, aún de aquellos que no conocemos, política es el juego vacío y malsano del poder por el poder mismo (inclusive la limosna es un gesto vacío si se hace por lástima o por pose, sin amor).
Entonces la caridad es política. No partidista ni ideológica, sino moralidad que nace del amor. La Cuaresma nos recuerda que Dios nos ama sin acepción de persona; “manifiesta la voluntad tenaz de Dios de no interrumpir el diálogo de salvación con nosotros”, y retribuir ese amor-raíz ofrece la motivación para la verdadera caridad.
Estos tiempos hormiguean en provocación y manipulación psicológica, verdaderas tentaciones que traen desesperanza, egoísmo, afán de lucro desmedido a costa de los demás, incertidumbre y desconfianza, con pérdida del sentido de nuestra propia dignidad, entre otras desgracias. Pedir y encontrar orientación para decidirnos a ser nosotros mismos, no cayendo en tentaciones e incidiendo en la medida que podamos en la salvación de nuestra nación, en cada uno de nuestros conciudadanos, es un acto de profunda caridad Cuaresmal.
Ejemplarizante el gesto papal, un tanto asombroso para los que ven en la cuaresma sólo medioluto y autocastigo, de convocar a los jóvenes economistas, emprendedores y change-makers, con la esperanza de apoyarse en ellos para lanzar nuevas formas de política, nuevas formas de economía que ya están en el aire. Ellos van formando un nuevo liderazgo, que no se conforma con discursos catárticos sobre la realidad, u ofrecimiento de utopías para atraer electores, sino actúa para producir expeditos cambios aunque parezcan de escala limitada.
Venezuela tiene ante sí la perspectiva de varios escenarios electorales (en la Universidad acaba de darse el primero, contra los usuales pájaros de mal agüero, con un éxito que minimiza las aristas y promueve la unidad de importantes factores estudiantiles), y vendrá otro, se oponga quien se oponga, al igual que en el país. La Cuaresma nos llama a mirar esta realidad y comprometernos con ella con caridad que se mueve con aplomo decidido hacia el bien común, penitencia que reconoce los errores con que, juzgando mal, hemos contribuido al desastre que sufre Venezuela, y oración que pide confiadamente y sin temor que encontremos el buen destino que Dios quiere para nosotros. Vale protestar pacíficamente en las calle, pero si las elecciones son el medio más directo de incidencia del ciudadano común en la conducción de la república, deseémoslas y exijámoslas reclamando las mejores condiciones posibles para que se realicen, como un propósito generoso de Cuaresma.