Con fundamento: De las pequeñas alegrías…

Por: Bernardo Moncada Cárdenas…

A Julio Elbano, in memoriam

Hay dos actitudes que definen las estrategias de supervivencia de las mayorías en la crisis de Venezuela:

1)La resignada rendición a los designios del Poder, esperando las ofertas que permiten acceso a lo mínimo para no morir. Esta es la actitud de quienes se han habituado a mantenerse en las colas, las largas filas del racionamiento.

2)La de los navegantes de las redes, ilusionados con la idea de que los lugares comunes y criterios prefabricados, que repiten enviándoselos mutuamente, son armas “contundentes” (adjetivo que se repite) capaces de derrotar al Poder. Es la aparente rebeldía que sustituye la búsqueda de estrategias efectivas de batalla y defensa con imprecaciones y lamentos que procuran catarsis, evasión emocionalista que se agita y se agota sin designio claro

Ambas, aunque parezcan posiciones opuestas frente a un Dominio que parece enredarnos más y más, han contribuido de forma conjunta y decisiva, a mi parecer, a sumirnos en esta tragicomedia de las inmovilidades, donde cada quien vive en frenesí inactivo, en infecundo estrés. Por esta contemplación irritada, e irritante, de un horizonte sin perspectivas aparentes, terminamos por llenarnos de hosca desolación, de una tristeza mortal que sirve a los intereses del mal que impregna las cenagosas aguas de este momento histórico..

En “La historia interminable”, el adulto libro juvenil de Michael Ende, Atreyu, el héroe adolescente, supera con su caballo Ártax imposibles retos, hasta intentar la travesía del Pantano de la Tristeza. Allí, vencido por abrumadora desesperanza que emana del fango, el corcel desobedece los llamados de su jinete quien, envuelto también en la reinante melancolía, está en cambio decidido a cruzar, pues su imperiosa misión le impulsa. Así pues, Atreyu ve con dolor a su otrora animosa montura hundirse en el cieno a pesar de sus esfuerzos. El joven cazador prevalece sobre el dolor y continúa su odisea.

Cada salida a la vía pública, cada conversación, cada lectura del acontecer nacional, intenta, como el Pantano de la Tristeza, llamarnos a sus desesperanzados abismos para ahogarnos, para inmovilizarnos y sumergirnos en el cieno del fatalismo. Hasta ahora, tanto para el resignado y criticado pueblo en cola, como para el auto-justificado pueblo de las redes, de la pseudo-política, el Pantano va ganando y nosotros, todos, le ayudamos. Repito aquí la afortunada frase de mi sobrino Kico: “Somos adictos a las malas noticias”. Salvo las tercas reseñas deportivas que hacen eco de los avatares de la vinotinto o de alguno que otro personaje olímpico, nuestra charla se nutre continuamente de los signos de un desastre que, efectivamente, confrontamos. Pero la vida personal y familiar, en cambio, está llena de pequeñas victorias. Cada ración de alimento, acostumbro decir, es un milagro en estas circunstancias; aún los jóvenes se gradúan, o se casan e inician familias, y la gente sonríe y comparte la mayoría de las veces, independientemente de sus dramas.

En mi más reciente aventura en autobús, venía al lado de una joven pareja con sus dos niños. El hijito mayor tendría unos dos años. No puedo evitar interesarme directamente en la gente, así que compartí uno de los panes de mi refrigerio y empezamos a conversar. Para mi sorpresa, la juvenil familia no es iba a Colombia, iba a Nueva Bolivia en el estado Barinas, viajando esperanzados desde la ciudad a trabajar la agricultura. Resulta que su destino es todavía un prometedor centro de producción agrícola. “Allá tenemos mejor salario, con casa y comida, trabajando el campo”. Les bendije y deseé un buen futuro, haciéndoles algunas recomendaciones, entre ellas que no descuidasen la educación de los hijos. Gente que cree posible labrarse una mejor vida y no está esperando a que se la dosifiquen con un carnet o encontrarla preparada en otras tierras. Son sólo un ejemplo entre muchos.

El año que termina no ha sido fácil; mucho se ha perdido y también se ha ganado. Y no hablo solamente del acontecer político: en lo personal, ninguna catástrofe económica o política, como ser víctima del hampa, ver pulverizada mi capacidad adquisitiva y la de todo compatriota, o contemplar impotente los errores que alargan esta guerra asimétrica (bien sabía lo que quería decir quien inventó esa expresión) contra el pueblo venezolano, se equipara con la lejanía forzada de los que quiero, o la pérdida definitiva de quienes compartieron conmigo bellos y alegres momentos, porque de todo eso surge la voluntad de vivir. La alegría permanente es difícil aunque necesaria para vivir y vencer, ella sólo se puede experimentar en la profundidad de nuestro ser y se nutre de las pequeñas alegrías.

Al escritor y periodista José Pulido, le hacía la siguiente observación acerca de su texto sobre La Tristeza: No podemos augurarnos alegría, sino alegrías, porque de esas, por diminutas que sean, construimos nuestro propio rescate cotidiano. Y hay que pulir cada una para repartir generosamente su mínimo pero preciado brillo. De las alegrías propias podemos sostener la esperanza y el empuje ajenos. Y esto es necesario, pues vendrá otro futuro y debemos prepararnos, de esto podemos estar ciertos.

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