Con fundamento: El lance de la Iglesia venezolana

Por: Bernardo Moncada Cárdenas…

«A veces se observa  una fuerte actitud de dependencia, más que de comunión, de algunos laicos respecto a los sacerdotes, y una falta de comprensión y respeto de la misión del laico, por parte de estos. Además, la falta de diálogo y de comunión ha hecho que, con frecuencia, ciertas agrupaciones dentro de la Iglesia hayan asumido una actitud cerrada y distante.» Concilio Plenario de Venezuela 7.44

Sumidos obsesivamente en el melodrama de la política ideológico-partidista, damos poca resonancia a la actitud de la Iglesia venezolana en estos difíciles tiempos. Espectacularmente, afrontando una realidad institucional que la adversa y obstaculiza, la llamada jerarquía, representada en la Conferencia Episcopal Venezolana, no ha abandonado por un solo día la misión profética manifestada en sus documentos, desde las últimas dos décadas de vida democrática y durante éstas del proyecto centralista, totalitario y represivo, que detenta el poder en nuestro país. Citando al valiente Arzobispo Emérito de Los Teques, Monseñor Ramón Ovidio Pérez Morales, se ha andado adelante “No a-pesar-de, sino precisamente-por” las circunstancias.

El clero, por otra parte, ha asumido con firmeza los deberes que dicta esa modalidad de amor al pueblo empobrecido y debilitado, llamada caridad. Y el laicado católico ha protagonizado el surgimiento de múltiples iniciativas educacionales, asistenciales, formativas para la fe y para la acción social, además del surgimiento de nuevos carismas en movimientos, grupos y asociaciones, que ofrecen campo de acción a quienes no son clérigos ordenados pero se comprometen con el llamado del Evangelio para incidir en el contexto.

Poco hallamos en prensa y redes acerca de este espacio de nuestra realidad que actúa como un oasis en medio de la inaguantable tormenta de arena en el desierto que sufre quien necesita asistencia sanitaria, servicios básicos, o el combustible para su pobremente mantenido vehículo. Cuando no se atienden directamente algunas de sus necesidades, encuentra el ciudadano común aliento y consuelo para entrar en la dura realidad de su ciudad o poblado. El vídeo navideño de la Arquidiócesis de Mérida, donde un pueblo sencillo, con o sin hábitos o sotanas, da su mensaje de esperanza cantando en los bellos parajes de nuestro estado, se hizo viral a escala planetaria.

Los fallos, sin embargo, no pasan desapercibidos, como leemos en el texto del Concilio Plenario (2006) citado al comienzo. Son limitaciones que claman por una respuesta. Precisamente, ahora la Iglesia venezolana se apresta para celebrar la II Asamblea Nacional de Pastoral, en junio próximo. Lanzada ya en 2019, está planteada como algo muy distinto de un encuentro eclesiástico rutinario; obedece al llamado de Vicario de Cristo, quien en su Magisterio responde al tajante cambio de época que sacude traumáticamente al mundo. En un inspirado e inspirador esfuerzo por dar nueva dinámica a la grande, y a veces pesada, estructura, para lanzarla a las periferias donde más se nos necesita, en un camino sinodal -de “syn” (conjunción, conjunto) y “hodos” (camino, caminar)- por lo cual el lema del histórico evento es “La Parroquia misionera en salida para los nuevos tiempos, desde una Iglesia en Comunión”. Activados en todos los estados, desde las parroquias, centenares de miles de miembros del Cuerpo Místico de Cristo seguimos juntos el camino trazado hacia junio, deseando “promover una pastoral orgánica, planificada y participativa y consolidar la unidad de la Iglesia en Venezuela para trabajar juntos por el bien común”. Ciertamente sin mucha bulla, interconectados, en comunión, es decir, sinodalmente, esperamos impulsar un nuevo vuelco, de esos que han sostenido el Espíritu en la Iglesia en respuesta a más de dos mil años de cambios en la sísmica historia de la humanidad.

Este “lance” de la Iglesia de Venezuela, tan querida por San Juan Pablo II y por el Papa Francisco, no solamente marca un esfuerzo tan ciclópeo como compartido, impulsado y soportado desde la base, pidiendo al Señor un cambio histórico, un nuevo rostro y una nueva manera de accionar. Marca asimismo una ejemplar forma de conducirse como institución clave en el devenir de nuestro país. Ojalá otras entidades, mi Universidad de Los Andes entre ellas, decidieran arriesgar un camino como éste.