Con fundamento: La avispa ahogada

Por: Bernardo Moncada Cárdenas…

«Echando mil pestes / al verse encerrada, / en vez de ponerse / serena y con calma / a buscar por donde / salir de la estancia, / ¿sabéis lo que hizo? / ¡Se puso más brava! / Se puso en los vidrios / a dar cabezadas, / sin ver en su furia / que a corta distancia / ventanas y puertas / abiertas estaban / y como en la ira / que la dominaba / casi no veía / por donde volaba, / en una embestida / que dio de la rabia, / cayó nuestra avispa / en un vaso de agua. …/ y así poco a poco/ fue quedando exhausta / hasta que furiosa, / pero emparamada, /terminó la avispa / por morir ahogada.»

Aquiles Nazoa, Fábula de la avispa ahogada

Mi mordaz tía Rosalía comentaba de algunas personas: “yo no doy mi brazo a torcer, porque eso duele mucho”. Así muchos entran a supuestos diálogos que se convierten en infructuosos intercambios de terquedades, agravando entonces las diferencias con resquemores que se hacen personales. La propensión es a ser intolerantes, ciegos a los puntos de vista ajenos.

De estos frecuentes conflictos solamente quedan resentimientos, sed de revancha, rupturas irreconciliables que permanecen, aunque se haya olvidado lo que les dio origen. Pero la venganza a menudo no es tan fácil, y el rencor entonces se siente impotente; “¡qué impotencia!” es una expresión que leemos o escuchamos como manifestación de una rabia interna, oculta, infructuosa, que solamente lleva al estrés moral y corporal, a padecimientos psíquicos y somáticos que se hacen crónicos. Y esa ira guardada se desahoga deseando al que fue contrincante todo mal, hasta la muerte.

La ira, la soberbia, se apoderan de nosotros, y prácticamente rogamos a Dios que aniquile al otro. Tal malevolencia nutre el negocio de brujos y hechiceros buscando dañar a hombres y mujeres a quienes nuestro deseo de maldad no puede alcanzar.

Pero ni el daño ni la muerte ajenos son solución para nuestros problemas. Por lo contrario, suelen ser fuente de degradación para nosotros mismos. Ese mal, sordo y ciego, incapaz de perdón ni comprensión, se devuelve, es el mal que paraliza, bloquea, la historia.

A tantos compatriotas que odiaron a Hugo Chávez, y le deseaban la muerte, les decía “no deseen su muerte, la muerte no es arreglo de nada, incluso puede venir algo peor”; ignoro si alguien está en desacuerdo, pero parece que la situación efectivamente, no mejoró. ¡A cuántos deseó el mal, maldiciéndoles de todo corazón y en público, el presidente mismo! Los que le ocurrió no necesita mayores comentarios.

Pero la circunstancia política que estamos viviendo hoy parece estar presidida exactamente por ese mal, sordo y ciego, incapaz de perdón ni comprensión, que se nos devuelve, el mal que paraliza, que bloquea la historia; el mal que envenena toda posibilidad de hacer política.

«El rencor es como tomar veneno y esperar que mate a tus enemigos», sentenció Nelson Mandela, y Bolívar no dudó en estrechar cortésmente la mano del general Morillo con la mira en el triunfo republicano. Bien harían, quienes observan o participan en el actual debate sobre candidaturas y alternativas con esa carga de ira ciega, de testarudez enclaustrada, en ver que a corta distancia ventanas y puertas abiertas estaban, y dirigir mejor esas energías, liberadas del peso del resentimiento.

10-04-2024