Por: Bernardo Moncada Cárdenas…
El activismo es la dedicación intensa a alguna línea de acción en la vida pública, ya sea en el campo social, como en lo político, ecológico, religioso u otro. También se entiende por activismo la estimación primordial de la acción, en contraposición al quietismo (Definición en Wikipedia, 20 septiembre 2021).
«No anestesiemos la parte más profunda de nuestro ser, no dejarse llevar por el frenesí del hacer, caer en la trampa del activismo, en el que lo más importante son los resultados que obtenemos y el sentirnos protagonistas absolutos» Papa Francisco – Ángelus del 18 julio 2021
Durante el siglo veinte, creció una modalidad de compromiso político definida por la palabra “militancia”. Con el auge a partir del siglo XIX del partidismo moderno, perfeccionamiento del antiguo partidismo tribal, excluyente y a menudo violento, surgió la figura del militante, el adepto a un proyecto materializado por alguna organización política formal, con definición ideológica, un proyecto de poder, e intereses, a los cuales se siente afín.
El militante decide registrarse en la organización y acudir a los actos y movilizaciones emprendidos por el partido. Está sujeto a procesos de formación y entrenamiento que fortalecen su compromiso e idoneidad, y la militancia –si bien no se define como oficio o profesión- puede llegar a ser una carrera, en la cual el sujeto asciende en el aparato organizativo con posibilidad de participar en los espacios de poder que obtiene el partido. En ello, el funcionamiento del grupo y su militancia activa se asemejan al de los sindicatos.
Necesario es advertir que demográficamente la militancia de los partidos siempre ha constituido una minoría, cuya labor a través de la organización o aparato tiene como objetivo promover simpatías que respalden los respectivos proyectos a través de votación en procesos electorales.
Los hechos históricos en la última veintena del siglo pasado, con la descomposición de los dos grandes bloques cuyo equilibrio era referencia para toda definición ideológica-partidista, la globalización financiera y mediática, la internet, y la difusión del individualismo como condición vital, han dado lugar a la irrupción de una nueva forma de acción política: el activismo.
Subrayemos algunas características del activismo: la acción política, aunque pueda ejercerse en grupos o colectivos, es profundamente individual y anti-política; la militancia de los organismos partidistas se ve fragmentada por la pertenencia simultánea a causas y aparatos supranacionales y supra-partidistas, cuyas directrices circulan sobre todo a través de las redes; quienes emiten tales indicaciones y llamados no se identifican claramente (la contra-figura de Anonymous, así, en la hegemonía subrepticia de lo anglosajón, con su máscara burlona, es el prototipo del líder activista); el activista asume su causa como un hobby vital, al cual vale la pena dedicar toda la intensidad de su energía, incluso el sacrificio de la vida misma; la actividad incesante y frenética hasta lo violento se lleva preferentemente a través de la acción callejera y las redes; y, por último, tras el discurso de un altruismo espontáneo e candoroso, se esconde un tremendo culto al ego que lleva al paroxismo de acciones muchas veces suicidas.
El activismo posmoderno no se enfoca hacia los grandes problemas de la humanidad, se identifica con causas parciales, inmediatistas y artificiosas, como los llamados nuevos derechos, proyectos de eugenesia que implican la defensa a ultranza del aborto y la eutanasia, la ecología anti-humana del “nuevo humanismo”, y otros tantos capaces de unificar las que se llamaban extrema izquierda y extrema derecha, en un extremismo autorreferencial que se justifica en sí mismo.
Por supuesto, estas características, sobre todo el furor instintivo, atraen a una juventud a la que se presenta una vida sin sentido, una cultura sin valores fundacionales, todos puestos en duda o en ridículo con el manejo astuto y difuso de débiles sofismas, y un futuro incierto y sin esperanzas, ante el cual da lo mismo morir.
Voces aisladas, como la de Francisco, alertan contra caer en el ímpetu activista, ante el peligro de anestesiar la parte más profunda de nuestro ser, dejarse llevar por el frenesí del hacer, caer en la trampa del activismo, en el que lo más importante son los resultados que obtenemos y el sentirnos protagonistas absolutos. Pero es a nosotros a quienes toca cobrar conciencia de ese peligro, aparentemente irresistible. Observemos con ojo crítico las actuaciones y resultados del activismo, no dejándonos seducir por su discurso heroico y emotivo y –sobre todo- rescatemos los principios trascendentes que ofrecen un sentido a la vida en común y a la sana política como su instrumento predilecto.
22 septiembre 2021 bmcard7@gmail.com