Con fundamento: La fuerza de lo imprevisto

Por: Bernardo Moncada Cárdenas…

En este tiempo paradójico que nos toca vivir, la aparente libertad de opinión y la universalidad que supone movernos en la web y en los sistemas democráticos, por un lado, y la globalización, por otro, esconden hipócritamente una férrea homologación de criterios y visiones. La multiplicación de intereses fragmentados, y dementemente opuestos, se manifiesta en la radicalización de los regionalismos, tanto como en los conflictos que nos contraponen en ámbitos de varios niveles, desde la esfera familiar hasta la política nacional e internacional. Diálogo, acuerdo, confederación, perdón, son términos que parecen ideales imposibles, cuando no actos inmorales, reñidos con la rigidez fundamentalista de lo polítically correct. Las redes, que podrían servir bien como medios de comunicación democrática y abierta, vocean cantidad de mensajes excluyentes, hostiles e inflexibles, rayanos muchas veces en el insulto más que la simple diatriba.

La libertad que se ha ganado con la infinita disponibilidad de herramientas para penetrar y manipular la realidad, así como con el panorama de virtualidades que ofrece la informática, increíblemente ha conducido a un gris tobogán de conductas previsibles –desde las más delictivas hasta las más virtuosas- que se repiten como falsas respuestas a un ansia profunda que inquieta a cada individuo, la cual queda censurada por medio del universo de distracciones con que esas mismas herramientas secuestran nuestra condición humana.

Salvo lo poco que queda de la cultura del campesino, así como de las etnias indígenas, el ciudadano normal cayó en la abstracción de su mundo, en una pseudo-realidad formada de ideologías y constelaciones de imágenes, ídolos efímeramente entronizados como garantes de cierta estabilidad, barreras que nos ponen a salvo de la  concreta realidad, percibida como desconfiable y agresiva, enemiga de la falsa felicidad que disfrutamos.

Repentinamente, un engendro de esa realidad supuestamente controlada ha escapado de su jaula, invadiendo con su aliento de miedo y mortalidad todos los países, canalizando redes y medios en una inesperada #tendencia que, morbosamente, hace girar todo alrededor de un contagioso virus.

Pero este suceso, con su tremendo golpe, nos muestra que la palabra “imprevisto”, la cual relacionamos habitualmente con lo inconveniente y lo estorboso, puede traer efectos positivos en nuestro camino. No solamente esto, sino que lo imprevisto no es del todo imprevisible. Lo que no es previsible son los efectos de su impacto. En la Biblia, que a algunos pudiera dar la impresión de describir el final prefijado de la historia, en una dinámica de predestinación, se nos advierte que todo puede cambiar. Con todo su poderío, y los ofrecimientos de Dios cumplidos en su vida, el Rey Salomón escribe: “Regresé para ver, bajo el sol, que los veloces no tienen la carrera, ni los poderosos la batalla, ni tienen los sabios tampoco el alimento, ni tienen los entendidos tampoco las riquezas, ni aun los que tienen conocimiento tienen el favor. Porque el tiempo y el suceso imprevisto les acaecen a todos.” (Eclesiastés 9:11) En efecto, él mismo terminó decayendo, lo que parecía imposible. El colmo de los imprevistos es la natividad de ese niño desprovisto y vulnerable, en un rincón de Judea, figura incompatible con la imagen de majestad que tenía el establishment fariseo, el hombre desarmado cuya irrupción resulta inaceptable al poder, hasta el grado de decidir erradicarlo. Un imprevisto que resulta en el imprevisto aún mayor de su resurrección y victoria, conquistando con su persona y su prédica naciones enteras.

Como los fariseos, tenemos pavor de lo imprevisto, cuando en realidad los hechos decisivos de la vida son producto de lo que no podríamos predecir, lo que cambia nuestros planes. ‘Es solo un “acontecimiento”, algo imprevisto que irrumpe del exterior, lo único capaz de desmoronar las abstracciones del pensamiento y lo único que permite retomar el contacto con la realidad’, escribe el filósofo francés Alain Finkielkraut. Algo así como el empujón inesperado que nos saca de la  dirección rutinaria de nuestra auto-referencialidad, de nuestro indestructible e invidente ego, para despertarnos a la realidad con sus problemas y sus posibilidades, para abrirnos los ojos a nuevos horizontes,  como reseteándonos el mundo.

Tomemos conciencia de como esta nueva percepción se nos presenta al admirar la heroicidad de diversos protagonistas al confrontar la amenaza, al revalorizar datos reales, como son nuestro propio hogar, nuestro trabajo, hasta nuestra impotencia y vulnerabilidad que requieren una sociedad más solidaria y atenta a lo trascendente.

En su magnífico poema “Coros de la Roca”, el Nobel de literatura T.S. Eliot pregunta “¿Dónde está la vida que hemos perdido viviendo?” La irrupción del acontecimiento imprevisible puede, en vez de acabar con nuestra vida, salvárnosla haciéndonos vivir.