Por Bernardo Moncada Cárdenas…
Es fácil, con un poco de perspicacia y liberándonos de los tercos anteojos ideológicos que nos obliga a usar la modernidad, observar el cambio de metas adoptado por esas que aún porfían en llamarse izquierdas, ante su incapacidad de resolver los verdaderos problemas que originariamente prometían solucionar. Así, desde que el teórico comunista Antonio Gramsci propuso el gran cambio de estrategia para asegurar el dominio mundial del comunismo, se habla cada vez menos de la erradicación de la pobreza y de la equidad social; las banderas de índole cultural han sustituido a las consignas de reivindicación de los desposeídos, especialmente en países del hemisferio norte. Los nuevos comunistas suavizaron su léxico y su ardor agresivo, atrayéndose paulatinamente a los intelectuales de avanzada de la burguesía ilustrada y convirtiéndose en paladines de la emancipación sexual con sus correlatos de abortismo, ideología de género, nuevos derechos, y otras propuestas de ese talante, que les abrieron las puertas de las academias y de los salones y dormitorios de los millonarios liberales.
Pero no es a Gramsci ni al viraje estratégico comunista que esta columna se refiere; sino a otro giro parecidamente contradictorio: el inocultable surgimiento de sectores políticos venezolanos que, auto-proclamándose demócratas, han emprendido la más feroz campaña de desprestigio y canibalismo contra quienes se supone son sus compañeros de bando anti-dictatorial. Del relativamente pequeño núcleo que comenzó a deslindarse discretamente de las políticas estratégicas que para la Unidad Democrática señalaron los partidos mayoritarios, se ha llegado, tuitea que tuitea, declara que declara, pantallea que pantallea, a la descarada arremetida divisionista que prefiere aliarse con un madurismo desfalleciente y mantenerlo, que continuar pugnando por imponerse en un universo opositor donde jamás han alcanzado una votación significativa.
Mientras la verborrea se hace cada vez más extremista y belicista, bajo cuerda mantienen lucrativos contactos con los boliburgueses exiliados, con sectores recalcitrantes chavistas, intereses extranjeros afines al desgobierno, y con líderes frustrados, que se sienten hundidos en la cuneta de la historia y tienen la ilusión de volver a imponerse. Los errores y defectos que (como todo ser humano, sobre todo si se trata de un político) pueden detectarse en la actual dirigencia opositora, son meticulosamente investigados, para lanzarlos con melodramático ademán moralizante a las redes sociales y a la prensa en boca de los denominados “radicales”, generando escándalos que no tendrían mayor resonancia si –como ocurre normal y mentirosamente- partieran de Maduro y demás difamadores gobierneros.
La oposición de la oposición, incapaz de aumentar lícita y lealmente su caudal político, incapaz por otra parte de diseñar y ejecutar maniobras que afecten en el poder al proyecto castro-madurista, está terminando por seguir el cínico refrán: “Si no puedes con tu enemigo, únetele”, cambiando así de aliados y de adversario. Sin desear mal a nadie, esperemos que esta nueva pirueta estratégica constituya solamente un error más, con su subsecuente fracaso y, para bien de Venezuela, su rectificación final.