Por: Bernardo Moncada Cárdenas…
«Hipocresía e idolatría son pecados grandes, que tienen orígenes históricos, pero que todavía hoy se repiten con frecuencia, también entre los cristianos. Superarlos es muy difícil…Y no es algo de otros tiempos porque también hoy por las calles existen ídolos». Papa Francisco, 15 octubre 2013
Jamás he sido apasionado del culto a Bolívar. En mi infancia y por gracia de nuestra amorosísima tía, eficiente y dedicada paleógrafa en el Archivo del Libertador, pude apreciar con mis hermanos el jugar con naturalidad en los ambientes de la Casa Natal en Caracas. Leer e idealizar el mítico «patio de granados», posible sitio de juegos del Simón Bolívar niño, no es lo mismo que pasar el día en sus relativamente menudas dimensiones, menudas como las de aquel mantuano capitalino tan idolatrado. La relación con el prócer se hace más inmediata, la estatua cobra humanidad y la veneración casi religiosa se hace afectuoso y comedido respeto.
Hacia los símbolos patrios guardo distante acatamiento; la bandera de Miranda, que compartimos con Colombia y Ecuador, el escudo y el himno, son expresiones importantes en cuanto convocan a la unión de los venezolanos, aun reconociendo seriamente que no son grandes obras de arte. Antes de fines del siglo XIX con Guzmán Blanco (promotor de esta unificación de representaciones colectivas y verdadero artífice de la nacionalidad venezolana con no poca colaboración de Gómez y Pérez Jiménez), carecía de importancia tener símbolos patrios.
Evidentemente no todos mis compatriotas ven así este asunto de la panoplia nacional. Ignoro si hay estudios psico-sociales que aborden el tema, pero a primera vista tendemos a concentrar toda nuestra atención en esas representaciones, descuidando totalmente la concreta relación con el país. Así, nuestro supuesto ardor patriótico, tan vehementemente expresado, no se corresponde, por ejemplo, con la desidia con que tiramos la basura al «suelo patrio», maltratándolo frecuentemente cuando en realidad es lo que deberíamos atender más.
Tan es así que un pueblo que se confiesa mayoritariamente cristiano católico pasa, en cuanto a este tema respecta, a la idolatría pseudo-religiosa rayana en fetichismo, haciendo a un lado toda admonición eclesiástica en contra, cuando se endiosan personalidades o símbolos. Muchos católicos venezolanos cantan la estrofa cursi de una popular canción: “Cuando Bolívar nació, Venezuela pegó un grito, diciendo que había nacido un segundo Jesucristo”, sin darse cuenta de la blasfemia en que están incurriendo. Esta idolatría con la que sustituimos lo que debería ser un profundo y responsable respeto, ha banalizado por décadas la percepción de nuestro compromiso con Venezuela y nos pone en manos de cualquier ilusionista que perciba sus potencialidades a la hora de manipular nuestra psiquis.
Demasiada importancia damos a imágenes e individuos que, a fin de cuenta no son más que eso, pero son convertidas en ídolos y fetiches, a los que abandonamos por el primer desengaño, al igual que dejamos luchas y sacrificios ante las contrariedades que encontramos, mientras la situación del pueblo se agrava hasta abismos impensables arrastrándonos a todos. Gran signo de madurez como nación será desechar el fetichismo, tantas veces traducido en ingenuo caudillismo o culto a la personalidad, para responsabilizarnos y atender las cosas que realmente pueden ayudarnos y contribuir al bien común.