Por: Bernardo Moncada Cárdenas…
«Es característico de la utopía construir sobre el mañana mediante análisis o posturas que, en vez de seguir la naturalidad del deseo, siguen los prejuicios impuestos por la ideología que está en el poder. El hombre, desde hace cuatrocientos años, mira la realidad intentando proyectar sobre ella una imagen suya concebida de antemano y, por ello, la relación que se produce entre sujeto y realidad es relación de posesión, de poder. El espíritu de una verdadera democracia moviliza la actitud de cada uno en un respeto activo hacia el otro, en una correspondencia que tiende a afirmar los valores y la libertad del otro. Este modo de relación entre los hombres que la democracia tiende a instaurar se podría llamar “diálogo” …» Luigi Giussani, “El yo, el poder y las obras”
Por encima de los fragmentos en que hallamos divididos los grupos de la llamada Oposición, una confrontación surge a una imponente escala: la de quienes se aferran tercamente a su parcial y obstinada visión de las cosas, empeñados en el “yo-tenía-razón”, versus la de quienes deciden mirar la realidad directamente, sin las gríngolas de sus prejuicios ideologizados e intereses innegociables.
Y ese empeño en imponer un discurso por sobre la realidad es una aberración inservible, ante la humanidad de los millares de compatriotas, sentenciados a vegetar esperando los bonos calculados por la falsa benevolencia de la tiranía, o ante quienes sufren implícita pena de muerte por ser pacientes de diálisis o cualquier enfermedad crónica, con un Estado al que no parece importar su derecho a la vida, o los que deambulan por los inciertos senderos de la emigración.
Mientras los causantes de la tragedia del pueblo venezolano burlan olímpicamente sus responsabilidades, los supuestos defensores de la democracia parecen hacerlo también, como si cada día, partiendo pelos e ideando componendas para imponer su gallo, o “galla”, no significase miles de muertes más, víctimas del hambre, mala atención hospitalaria, la delincuencia asesina, u otras amenazas injustificables. Cada día de disputa estéril significa, y esto es peor aún, una jornada perdida en la gigantesca tarea de socorrer y reeducar un pueblo que cada vez más se habitúa a depender de la manipuladora “magnanimidad” de los gobiernos.
Ante la tendencia al control totalitario que se evidencia en un régimen que, hacia lo interno, no parece afectado por sanciones ni críticas, un gobierno cara’e tabla y acostumbrado a huir (exitosamente) hacia adelante, apretando cada vez más la horca a la población y a quienes se asomen como sus posibles defensores, urge un verdadero compromiso que surja de sincero diálogo, de honesto comportamiento demócrata.
Si bien es cierto que intentar acuerdos que modifiquen la actitud del régimen parece ilusorio, lo que sí es posible y necesario es dialogar, con franqueza, habilidad, y sincera claridad de miras, entre las filas de los factores democráticos. Para ello es necesario un acopio de fructífera humildad, de apertura al otro en respeto activo, así como supeditar todo credo ideológico a la observación y valoración imparcial de la realidad y sus apremios.
Ante la inminencia de nuevos desafíos, necesitamos este cambio de actitud, no solamente a nivel de la dirigencia política, sino en la base, entre nosotros, quienes no tenemos más incidencia que la de la intercomunicación cotidiana y el mutuo ejemplo, para no continuar cayendo en los ardides que abonan vergonzantes errores.
En la búsqueda del pasaje que permita salir de esta oscura etapa de la historia, no partamos, pues, de la imposición de una visión prefabricada sobre la dura realidad que nos reclama, ni del predispuesto rechazo a quienes luchan a nuestro lado, por el solo hecho de que no comparten a pie juntillas nuestros preconceptos. El otro es un bien para nosotros, un aporte. Para organizarnos es imperativo entenderlo así haciendo gala de lucidez democrática.
18 mayo 2022 bmcard7@gmail.com