Con fundamento: Radicalismo o extremismo

Por: Bernardo Moncada Cárdenas…

«Todo extremismo destruye lo que afirma» María Zambrano. Filósofa española

Los sinónimos estrictos no existen, pues cada palabra ha nacido por una necesidad precisa. Entre las supuestas sinonimias que ponen de manifiesto nuestra falta de precisión y prolijidad al escribir, algunas revisten enredo tan grave como inconsciente. Un ejemplo es la confusión entre “ejecución” y “ajusticiamiento”. Ejecutar a una persona es acabar con su vida de manera violenta, y el término es independiente de que medie o no una sentencia legal; el ajusticiamiento, en cambio, implica en sí una condena lícita basada en la ley. Indicar que una persona ha sido ajusticiada, como a menudo leemos en medios de comunicación, cuando se ha perpetrado un vil asesinato, distrae del fondo moral del hecho. Otro ejemplo que llama la atención es equiparar “radicalismo” con “extremismo”, especialmente confundidos en estos tiempos de terror, cuando hasta determinadas creencias religiosas son invocadas en justificación de atentados masivos y persecuciones encarnizadamente feroces.

El radicalismo ha sido desacreditado por los planteamientos relativistas que son reivindicados en el mundo de la filosofía. Basándose en el escepticismo moderno y posmoderno, la impugnación de lo verdadero, y la moda del pensamiento débil, la radicalización es acusada de fanatismo integrista. Ello no es extraño, pues un mundo como el que se nos presenta, aplanado, reducidamente bidimensional, excluye las direcciones hacia la profundización y la trascendencia. El extendido uso del lenguaje politically correct, con el cual toda afirmación es amortiguada, muestra cuán lejos se ha llegado en esta liviana banalización de valores y principios.

Lo radical –el término mismo lo indica- es lo relativo a las raíces, a ahondar y buscar bases, a afirmar con fundamentos. Ser radical, en ese sentido, no es bien recibido en el mundo bidimensional y virtual, habiéndose pregonado el fin de las ideologías para que, en la apatía resultante, lo disimuladamente ideológico florezca y se difunda sin prevenciones, imponiéndose bajo la cubierta de múltiples eufemismos.

La nueva izquierda, ante la impotencia de sus predecesores para resolver los grandes problemas sociales que prometieron zanjar, sobrevive y se impone creando continuamente nuevas utopías extremistas que la sostengan: los llamados nuevos derechos, el ya mencionado lenguaje políticamente correcto, la llamada ideología de género, se presentan como nuevos valores supremos a defender mientras la injusticia, el hambre, y las enfermedades, campean y prosperan en la mayor parte del planeta. Los defensores de estos nuevos ideales se autodenominan activistas, y en nombre de la tolerancia se plantan ante los demás cual jueces coléricos.

El activismo puede alcanzar niveles  de violencia extremos, cuando un aspecto de la realidad, divorciado del complejo tejido que la forma, es elevado como único factor significativo, frente al cual todos los demás se consideran despreciables. Estamos entonces ante el fenómeno que a veces es llamado radicalismo, siendo en cambio extremismo o fanatismo. Lo radical debe ser afirmativo, en búsqueda constante  de su esencia fundamental para afianzar y defender su identidad; el extremismo es siempre negativo, definiéndose por oposición, negación y rechazo. ¿Qué mejor evidencia que la manera en que se ha extendido la partícula “fobia” para vilipendiar a quien no se identifique con uno de los grupos de nuevos extremistas?

El radical, el verdadero radical, afirma y defiende; el verdadero extremista contraría, y reprime hasta creerse con el derecho de eliminar a quien, no viendo las cosas en igual perspectiva que la suya, resulta históricamente insignificante o de hecho dañino. El activista puede pasar a ser terrorista, actuar psicopáticamente contra el otro.

Jesús fue radical, Judas fue un extremista.

El extremismo siempre existió, pero se escondía en grupúsculos a veces clandestinos. Los tiempos, sin embargo, han ido dando paso a la institucionalización del extremismo violento. Un extremismo financiado fuertemente por proyectos ideológicos (y proyectos religiosos que encubren trasfondos político-ideológicos), aparece difusamente incorporado y hasta asociado a políticas de gobierno.

Frente al extremismo excluyente, resentido y violento, cualquiera sea su bandera, me declaro radical: radicalmente demócrata, afirmativo, abierto e incluyente,  proclamo mi raíz originaria, cultural y religiosa y voy a lo profundo, donde se halla el corazón de la una radical paz. El mal no es radical; es extremo. En estos días de fácil violencia, llamo a mis compatriotas a profesar y defender con firmeza el verdadero radicalismo. 

16-02-2022