Por: Bernardo Moncada Cárdenas…
Poco antes del inicio de la Semana Santa, el Papa Francisco sacudió la opinión católica, y gran parte de los expertos geopolíticos, con un audaz viaje a Irak. Antes de su partida, el anuncio fue recibido con alarma y escritos disuasivos, de buena y mala fe. No faltaron los buenos consejos: el país con mayor porcentaje de casos de COVID, el terrorismo integrista islámico… «El pueblo iraquí nos espera. Esperaba a san Juan Pablo II, al que se prohibió ir. No se puede decepcionar a un pueblo por segunda vez», fue su categórica respuesta.
Mostrando una visión tan sorprendentemente original como cabe al vicario de Cristo en la Tierra (y dando ejemplo al cristianismo todo), el objetivo y propuesta que Francisco llevó fue unir en una familia a musulmanes, judíos y cristianos, en la tierra de Abraham. Y ese propósito no fue voceado solamente a musulmanes y cristianos iraquíes, sino a un mundo que necesita urgentemente arriar las banderas de confrontación ideológica, un mundo donde la política parece reemplazada por el “quítame esta paja” y las redes sociales, en vez de propiciar la amistad y la trabazón de acuerdos, parecen arena ideal de bravuconería intolerante.
Si bien la intención del viaje, poniendo en riesgo su salud o su seguridad, fue mostrar la cercanía del Papa con las comunidades cristianas más amenazadas, nadie esperaba que –para general sorpresa- osara acompañar por cuatro días al pueblo iraquí (o a los terroristas). Con una confianza colosal, solamente posible en un hombre de verdadera fe, visitó lugares bíblicos de los que Irak puede bien ufanarse, pues gran parte del Antiguo Testamento transcurrió allí, más que en Israel o Palestina.
Toda su prédica de la Cuaresma se hizo realidad concreta en este viaje apostólico. Para él, no hay límites si es cosa de contribuir por todos los medios a la paz y armonía de Irak, y del mundo. Su decisión, su arrojo, y su sencillez, ganaron más “batallas” que todas las tropas que han desfilado maltratando esa tierra santa. Es una lógica impecable: ¿qué puede ser mejor que el amor, misericordia y benevolencia, para un pueblo atormentado por el dolor y la pobreza durante tantas décadas?
Así, Francisco peregrinó en Nínive, predicando, como Jonás, la conversión, la paz, logrando refrenar la violenta predisposición del Dáesh, azote mortal de los cristianos, como también de los yazidíes, los chabaquíes y otros grupos, sobre todo los musulmanes chiítas y hasta los sunítas. Esos sectarios que a veces saturan las redes con sus ostentosos vídeos de decapitaciones, así como demoliciones de lugares del patrimonio histórico universal, parecen haber decidido respetar al peregrino.
Sin aparente preocupación porque el Dáesh haya publicado su lista de sesenta naciones consideradas como enemigas del Estado Islámico, entre las cuales figura el Vaticano, Francisco pareció convencer con su prédica de que la fe nos hace hermanos, no sólo en Jesucristo, sino en Abraham, y por tanto también en Mahoma. Ante las declaraciones realísticamente pesimistas del sacerdote Jalal Jako -refugiado en Qaraqosh- «Jesucristo dijo que había que poner la otra mejilla y amar a nuestros enemigos, pero no conocía a los yihadistas del ISIS, con ellos no hay opción para el diálogo», Francisco pidió, lado a lado con el Gran Ayatoláh Alì Sistani, en Nayaf, la ciudad santa donde está sepultado el imán Ali, yerno y primo de Mahoma, volver al islam de los píos predecesores (salafí manhaj) como verdadero camino para la gloria del pueblo musulmán en su área de influencia.
Por último, el peregrinaje de Francisco culminó, sin sobresaltos, con una misa en el estadio Franso Hariri en Erbil, ante 18 mil feligreses, donde recordó la Carta a los Corintios de San Pablo: «Cristo es fuerza de Dios y sabiduría de Dios». Un desarmante mensaje de hermandad y confianza, también con sus hermanos musulmanes. Quizá por esto volvió indemne del seno de la ballena, de la boca del lobo.
Vienen los días de Semana Santa. « ¡Subamos a Jerusalén! Y subiendo Jesús a Jerusalén, tomó a sus doce discípulos aparte en el camino, y les dijo: He aquí que subimos a Jerusalén, y el Hijo del Hombre será entregado a los principales sacerdotes y a los escribas, y le condenarán a muerte; y le entregarán a los gentiles para que le escarnezcan, y le azoten, y le crucifiquen» dice el Evangelio de San Mateo [20:17-19]. Nadie pudo disuadir a Jesús de cumplir su misión. Tampoco nada pudo disuadir al Pontífice de las periferias, testimonio vivo de lo que los cristianos deberíamos hacer, sin temores ni esquematismos excluyentes, por la paz en este planeta torturado. Francisco adelantó su Domingo de Ramos entrando aclamado en Irak con riesgo de su vida.
bmcard7@gmail.com, 16 marzo 2021