Con fundamento: “Socialización Fascista”, versión venezolana

Por: Bernardo Moncada Cárdenas…

Cuanto más precaria es la situación, más extremadas las iniciativas delictuosas y violentas reacciones de la cúpula en el poder. Observándolo, no puede uno evitar tener presente el episodio de la llamada República Socialista Italiana (1943-1945), o República de Saló, durante los dos años de agonía del fascismo italiano. La monarquía y toda Italia reconsideraron su participación al lado de los nazis en la guerra, Mussolini fue derrocado y puesto en prisión. Entonces, sus tutores alemanes invadieron el país, sacaron a Il Duce de su calabozo y completaron abiertamente la ocupación, copando los altos cargos con sus títeres, ejecutando a los inconformes e iniciando la deportación masiva de judíos y otros “indeseables” a campos de concentración.

En desesperado intento de recobrar apoyo popular, Mussolini intentó sostener su nueva dictadura con medidas “para la transformación económica de Italia” bajo el nombre de Socialización Fascista. En vano quiso presentarse como benefactor. Los verdaderos dueños del poder, los invasores alemanes, impidieron cualquier respiro al agotado pueblo, dedicándose a la más brutal represión y a defenderse sangrientamente de la resistencia anti-fascista, y del avance de los rusos desde el norte y de los norteamericanos, quienes ya habían desembarcado en el sur.

En Saló, región de Brescia, donde se asentó el gobierno dictatorial, no solamente imperó la violencia asesina,  sádica y corruptora como forma de gobierno, sino la amoral forma de vida de los altos jerarcas, ya en una especie de depravado delirio. Fue una evasión para ignorar el fin que se veía venir. En abril de 1945, los aliados tomaban el Valle del Po y estallaba la insurrección partisana en el norte de Italia, culminando con la caída definitiva. Tres días después los invasores nazis huyeron. El destino final de Mussolini, quien tardíamente disolvió la República de Saló e intentó fugarse, quedó plasmado en algunas de las fotos más grotescas de la historia, como una carnicería. Así terminó este aparatoso caso de huida hacia adelante.

Muy diferente la respuesta de dirigentes como Gorbachov, frente a una Unión Soviética que se tornaba inviable, o Deng Tsiao Ping en China post-maoísta. Ambos líderes hicieron historia por la valentía de aceptar las falencias de sendos planteamientos político-ideológicos. Cuba y Nor-Corea, en cambio,  han prolongado su huida hacia adelante aprovechando una reducida población y su vasta y desalmada experiencia en control social, demagogia y represión. Hasta ahora son excepciones que confirman la regla y que se ven cada vez más fuera de lugar en la transformación política del mundo., por lo que se defienden con uñas y con dientes.

El totalitarismo utiliza audazmente la táctica de huir hacia adelante. En cada revés que sufre, busca  aprovechar el desbarajuste para introducir, con astucia animal, nuevas locuras que aprieten la rosca controladora cada vez más, muchas veces con cierto éxito. El totalitarismo se esconde tras cualquier máscara ideológica, se defina como de izquierdas o conservadora. Nunca debemos ilusionarnos con la idea de haber vencido al mal; estará codiciando el poder total hasta el final y nos toca estar vigilantes y preparados para responder.

No nos sorprenda entonces el progresivo frenesí que vemos imponerse en estos últimos meses. Es la huida hacia adelante tal como describimos, exprimiendo furiosamente los postreros privilegios y sacando las garras para aferrarse a un poder que se escapa, mientras tutores extranjeros obstaculizan cualquier cambio de dirección. Se exacerba la represión y se intenta inútilmente medidas paliativas del desastre económico, fatalmente agotando al mismo tiempo los recursos y el margen de huida. Es el viejo guion.

Tampoco los adversarios deben caer en la huida hacia adelante. Urge revisar continuamente las causas y eficacia de ciertas actuaciones y hábitos, liberarse de contumacias y mañas politiqueras, para evitar dicha inconsciente táctica. Los sectores que se dicen demócratas están en mejores condiciones para corregir errores en el rumbo y marcar la diferencia, no cayendo en el furor de una ideología como línea divisoria. «Las ideologías –escribió Hannah Arendt- son opiniones inocuas, acríticas y arbitrarias solamente si nadie las cree en serio. Una vez tomada al pie de la letra su pretensión de total validez, se tornan en sistemas lógicos en los cuales, como en el pensar de los paranoicos, cada cosa absurda deviene comprensible y necesaria.»