Por: Bernardo Moncada Cárdenas…
Seguimos siendo una nación creyente. Opinadores y creadores de tendencias en el mundo entero parecieran confabularse para desacreditar y vilipendiar la Iglesia Católica, silenciando al mismo tiempo su contribución al bien común y las masacres contra cristianos que hacen del siglo XXI un verdadero tiempo de martirio. América Latina, y específicamente Venezuela, mientras tanto, conserva su fervorosa relación con el hecho que le dio vida y que continúa nutriéndosela: el acontecimiento del Evangelio en nuestras tierras.
El poder que se quiere omnipotente, provenga de donde venga e independientemente de los pretextos ideológicos que alegue, siempre ha visto (por algo será) la presencia viva de Cristo como amenaza a la cual exterminar. Cuando acaba por convencerse de que “las puertas del infierno no prevalecerán contra ella” (Mat.- 16, 13-20), el poder intenta un modus vivendi que permita estrategias de aniquilación o represión más sutiles. Si no puede borrar a Cristo de la tierra, el poder, tanto político como ideológico e intelectual, ha intentado, al menos, retirarlo a la penumbra de las capillas y oratorios privados. Por siglos se ha repelido a los cristianos implacablemente, con la persuasión de que la fe no tiene derecho a un mínimo de existencia pública, argumentando que debe recluirse en devoción privada.
Sobre todo cuando la Iglesia no transige con tiranías, siguiendo su antigua misión profética, es frecuente que reciba los escupitajos del poderoso. Los recientes gobiernos de Venezuela han tachado a los obispos reunidos en la Conferencia Episcopal de “diablos con sotana”, por confrontar sus desmanes dictatoriales, ganando los prelados toda la simpatía y credibilidad de que hoy, reconocidamente, gozan en nuestro país. Por ello el dominio de los medios que ejerce el gobierno ha intentado desprestigiarlos y hacerlos ver como fracción partidista, desviados de la sociedad. Esta hegemonía mediática no ha logrado acallar una voz que cada vez expresa mejor lo que sufre y anhela su pueblo.
Se expone claramente en las recientes comunicaciones de la Conferencia Episcopal Venezolana: «La Iglesia […] no pretende sustituir en su papel y vocación a quienes conocen y manejan la Política. No aspira dominar el panorama social, ni convertirse en factor de gobierno o de oposición. Sin embargo, estimula al laicado debidamente formado y consciente de sus obligaciones y derechos ciudadanos, a hacer oír su voz y a intervenir activamente en la palestra política, con el fin de que los altos principios y valores que la fe cristiana nos transmite se vivan también en el ámbito de lo público y se traduzcan en obras de bien común.» (CEV: 12.07.2018. Exhortación “no temas, yo estoy contigo”, 13)
Obedeciendo a un Pontífice que exhorta a formar “Iglesia en salida”, y a “ir a las periferias”, el episcopado nacional se ha convertido en voz que nos despierta frente al desánimo, la acción desesperada, o la resignación: «No debemos desanimarnos frente a los desafíos de un presente incierto y difícil: al contrario, puesta nuestra confianza en Dios, que nos da la fuerza para el testimonio y para hacer el bien, afiancemos las exigencias en favor de la justicia y la libertad.» Y promete entonces: «Con el fin de animar la esperanza y rogar por las necesidades concretas de cada comunidad, nos comprometemos a realizar actos y eventos de religiosidad popular, por ejemplo: procesiones con las imágenes del Señor, la Virgen o los santos más queridos en cada lugar.» (Ídem, 17) Precisamente, este lunes la CEV se pronunció frente a la escalada represiva con que se quiere prevenir la justa protesta a que una nación agobiada tiene derecho: «no podemos sucumbir ni como ciudadanos con derechos ni como sociedad en búsqueda de bienestar. La protesta cívica, la organización comunitaria, la unidad como pueblo, el reclamo legítimo del buen funcionamiento de los servicios públicos que les pertenecen al pueblo, son acciones que están avanzando.» (“Comunicado de la Presidencia de la CEV ante el deterioro de la justicia venezolana”, 13.08.2018).
Actuando consecuentemente, la Arquidiócesis de Mérida, precursora en tantas acciones, convoca a una jornada de oración en marcha, de popular clamor al cielo ante las arbitrariedades del régimen, para este sábado 19. Y el pueblo, creyente o no, ha de escuchar y seguir, como ya lo ha hecho en ocasiones anteriores. Nadie queda excluido cuando se pide por el bien común.
Se dice que Alcuino, monje y consejero del gran emperador Carlomagno, acuñó la expresión “Vox populi, vox Dei” (la voz del pueblo es la voz de Dios). No quería decir con ella que las masas populares fuesen infalibles, sino que el gobernante debe saber escuchar a sus gobernados, por mucha autoridad que le haya sido conferida. Difundamos la trascendental invitación; hagámonos escuchar este sábado ¡La voz de Dios ha de ser la voz del pueblo!