Por: Mons. Baltazar Enrique Porras Cardozo
Una institución que hace historia celebra sus bodas de plata de garbosa andadura. Arévalo, villa de la meseta castellano-leonesa, encrucijada de pueblos en la frontera abulense, se viste de gala para ser la sede de la exposición “Las Edades del Hombre”, fundación nacida al calor de la fe, de una profunda sensibilidad por el patrimonio artístico religioso, areópago viejo y nuevo, que a través del arte da a conocer la fecundidad de la vida cristiana entre avatares y zozobras, con hondura y reciedumbre propias de estas tierras de labor puestas por el creador para el trabajo y la mística.
Con la sencillez de tres iglesias de pueblo que contrastan con la magnificencia de las catedrales de la región, la exposición que lleva por título “Credo”, en homenaje al año de la fe, conmemoración de los 50 años del Concilio Vaticano II, no desdice en absoluto de las casi veinte ediciones anteriores. He quedado gratamente sorprendido por el magistral diseño de esta exposición que desgrana los artículos del credo católico de la mano de un centenar de obras de arte.
Es una catequesis “inédita” para el creyente, pero también una invitación al agnóstico o indiferente que se solace con la belleza que dimana de las obras expuestas, en las que se conjugan el buen oficio con esa otra virtud que mueve montañas que es la fe en la trascendencia. Más aún, la pequeña sala destinada a mostrarnos bellas representaciones del Dios de otros credos y religiones, es una ventana al mundo plurifacético, ávido de diálogo sincero y llano, en la búsqueda del Dios único, desdibujado por los males de la tierra y olvidado por quienes no hacen de la justicia, la igualdad y la libertad, camino hacia la auténtica fraternidad que nos lleve a creer más y mejor en Dios.
Invito a mis benévolos lectores a deleitarse a través de esta exposición, a la que se puede acceder virtualmente, para que a través de la imagen capten lo que las palabras no llegan a comunicar. Castilla es una fortaleza espiritual sin puertas, invitación permanente a descubrir la fuente que mana y corre, aunque es de noche.