Crónica desde el Ávila: La Cuaresma, camino a la libertad

Por: Cardenal Baltazar Porras Cardozo…

Preguntarse por la importancia de ese tiempo llamado cuaresma no es una pregunta inútil; al contrario, lo central en el cristianismo es la pascua de resurrección, la vida plena de Jesús de Nazaret que vino a traer vida y no muerte. Si la resurrección fuese algo fatuo, dice San Pablo, vana sería nuestra fe. De allí la relevancia que tiene en el pensamiento cristiano, pero sin olvidar que la fe religiosa sin referencia directa a la realidad concreta no tiene asidero. Las dos partes del Padrenuestro lo dicen claramente: la alabanza a Dios sin la vinculación con el pan de cada día no tiene sentido. De allí que la cuaresma sea el tiempo más cuestionador de la vida de un cristiano en su doble condición de ciudadano del cielo y de la tierra.

Cada año el Papa suele enviar un mensaje; este año 2024 lo presenta bajo el tema “a través del desierto Dios nos guía a la libertad”. Tejiendo los textos bíblicos del Éxodo y los profetas, Francisco, con una rica pedagogía anclada en la cotidianidad de nuestro tiempo, nos interpela para que la asumamos desde los condicionamientos sociales en los que vivimos como ciudadanos, como creyentes y como miembros de la Iglesia.

Dios se revela a los hombres para comunicarnos que debemos deslastrarnos de las esclavitudes para ejercer la libertad como camino para abandonar todo tipo de ataduras. “La cuaresma es el tiempo de gracia en el que el desierto vuelve a ser el lugar del primer amor. Dios educa a su pueblo para que abandone sus esclavitudes y experimente el paso de la muerte a la vida”. Es decir, no podemos ser protagonistas de nuestra propia existencia si no somos capaces de querer ver la realidad: “el éxodo de la esclavitud a la libertad no es un camino abstracto. La llamada a la libertad es, en efecto, una llamada vigorosa. También hoy el pueblo de Dios lleva dentro de sí ataduras opresoras que debe decidirse a abandonar”.

Dios no se cansa de nosotros, por lo que nos llama a la conversión como tiempo de libertad. Esto implica una lucha. Más temible que el faraón para los judíos son los ídolos de hoy: “el sentirse omnipotentes, reconocidos por todos, tomar ventaja de los demás: todo ser humano siente en su interior la seducción de esta mentira”. Es tiempo de decisiones comunitarias, de pequeñas y grandes decisiones a contracorriente. Bajemos a nuestra realidad: si no nos interpela la creciente pobreza, la desigualdad que azota a las mayorías, el éxodo imparable que nos roba los afectos y nos produce las heridas que sufren los que se marchan porque no sabemos si volverán, si los volveremos a ver, si están vivos…

El Papa nos insiste que quienes no tienen esperanza son los que nos roban el futuro, mediante el miedo, la represión, el desprecio a la vida de los demás, a los derechos humanos conculcados. Al derecho de ejercer la libertad de denunciar a quienes son privados de libertad injustamente. No podemos ser insensibles a lo que pasa cerca de nosotros. La muerte de decenas de personas en las minas ilegales pone de manifiesto la vida inhumana que viven esos seres que lo arriesgan todo en condiciones que atentan contra lo mínimo deseable. Por una parte, el ecocidio, pero más grave aún, la degradación moral de quienes malviven bajo el espejismo de un oro que brilla para otros. Es tiempo de actuar, nos dice el Papa, porque la cuaresma es tiempo para detenerse. “Detenerse en oración para acoger la Palabra de Dios, y detenerse como el samaritano, ante el hermano herido. El amor a Dios y al prójimo es un único amor. No tener otros dioses es detenerse ante la presencia de Dios, en la carne del prójimo”.

El ejercicio de la oración, la limosna y el ayuno no son ejercicios independientes y tienen nombre y rostro presente en la realidad que nos circunda. La dimensión contemplativa nos hará redescubrir, movilizar nuevas energías. El ansia de cambio, en lo personal, en lo social, en la vida de nuestros pueblos es un derecho a una mejor vida, a una igualdad que nos es arrebatada. Es urgente que percibamos a los demás, a los que piensan y actúan como uno y a los que difieren de nosotros, “con nueva intensidad; en lugar de amenazas y enemigos encontrarnos como compañeros de viaje. Este es el sueño de Dios, la tierra prometida hacia la que marchamos cuando salimos de la esclavitud”.

La fe en Jesucristo, y el tiempo cuaresmal es el llamado a acercarnos a Él, nos preserva de la tentación de un repliegue en la intimidad, lo privado, lo espiritual desentendiéndose de lo social, lo público y lo corporal. Una tentación que se refuerza en estos tiempos en los que crece el escepticismo sobre las posibilidades de transformar la realidad sociopolítica. La fe no solo nos urge a la caridad y tiene implicaciones sociales, sino que tiene además profundas consecuencias políticas, pues es una fe que busca la justicia, el mayor bien posible para todos, en un mundo que anhela ser liberado y cuyas víctimas siguen clamando al cielo.

Concluye el Papa su mensaje cuaresmal: “en este momento histórico los desafíos son enormes, los quejidos dolorosos, pero abrazamos el riesgo de pensar que no estamos en una agonía, sino en un parto; no en el final, sino al comienzo de un gran espectáculo. Y hace falta coraje para pensar esto. Es la valentía de la conversión, de salir de la esclavitud. La fe y la caridad llevan de la mano a esta pequeña esperanza. Le enseñan a caminar y, al mismo tiempo, es ella la que las arrastra hacia adelante”.

6.- 26-2-24 (5497)