Crónica desde el Ávila: Los milagros existen

Por: Cardenal Baltazar Porras Cardozo…

El diccionario señala que el milagro es un “hecho no explicable por las leyes naturales y que se atribuye a intervención sobrenatural de origen divino”. En la sociedad actual, pragmática, científica, lo que pertenece al mundo de lo preternatural genera dudas, desconfianzas y se intuye que son asuntos de gente sin mayor preparación. Sin embargo, nos encontramos con una realidad: los milagros existen, o sea, hay hechos que no tienen explicación, ante lo cual los científicos lo que afirman es el hecho que supera la ley ordinaria de la creación. Por ejemplo, la superación de una enfermedad incurable de manera repentina. La tradición católica lo desarrolla y explica no como algo fantasioso o mágico sino como una realidad de la presencia misericordiosa de Dios en el mundo. No es exclusivo del catolicismo la constatación de hechos similares que son llamados milagros atribuidos a la intervención divina.

Por tratarse de hechos extraordinarios no puede sin más decirse que lo que nos asombra es un milagro. Son muchos los casos en que se atribuyen “favores” a la intercesión de los santos, de la Virgen o de Jesús. La institución eclesiástica cuenta con un organismo llamado “dicasterio de los santos” con exigencias y procedimientos estrictos para analizar los posibles milagros.

La lógica de los milagros no se compadece con la idea muy difundida de que los destinatarios de los milagros tengan que ser, necesariamente, gente buena. La tradición cristiana nos pone ante la disyuntiva de comprobar hasta la saciedad que los primeros agraciados son casi siempre los marginados o excluidos. La biblia lo recoge desde el antiguo testamento hasta el apocalipsis.

En los libros de los Reyes se narra el episodio de la viuda de Sarepta, no judía, pagana, que en medio de la hambruna de Israel es la única que recibe el “milagro” de la vida y del alimento por la intervención del profeta Elías. Este mismo enviado de Dios cura de la lepra a Naamán, potentado sirio, no judío, en tiempos en los que eran numerosos los leprosos en la tierra prometida. La evocación de estos episodios por Jesús causó iras en sus paisanos que estuvieron a punto de despeñarlo al salir de la sinagoga de Nazaret.

Los evangelios mencionan siete milagros de Jesús: Las bodas de Caná, la pesca milagrosa, la curación de un leproso, hace caminar a un tullido, sana a un endemoniado, calma la tempestad y la resurrección de Lázaro. Con la excepción de este último, los otros milagros tienen como destinatarios a pobres, incréduos y enfermos marginados en la sociedad de entonces. Hasta Herodes quiso que Jesús le hiciera un milagro en su presencia como si se tratara de un predistigitador o un mago a domicilio.

En la Biblia han quedado registrados 36 milagros hechos por Jesús. Es fácil encontrar el elenco en internet. Sin embargo, tal como lo explicó Juan en su Evangelio, Jesús realizó muchos otros milagros y señales. Jesús hizo muchas otras señales milagrosas en presencia de sus discípulos, las cuales no están registradas en este libro. Pero estas se han escrito para que ustedes crean que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que al creer en su nombre tengan vida (Juan 20:30-31). La teología cristiana desde los inicios describe el milagro como un prodigio o trascendente no habitual. La mera ocurrencia de un suceso extraordinario es insuficiente para que se considere un milagro. El suceso debe ser un signo, es decir, conllevar con propiedad un significado espiritual.

El Papa Francisco con su habitual perspicacia afirmó “si lo pensamos bien, nuestra vida está llena de milagros”. Jesús se nos muestra hoy como testigo para que veamos las grandes cosas que Dios realiza, como el maravillarnos como un niño anate el bien que en silencio cambia el mundo. Y, acota recordando la hermosa oración de Jesús ante el Padre: “Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, que escondiste estas cosas a los sabios y entendidos y las revelaste a los niños”. «Dios se revela liberando y sanando a la persona humana, con un amor gratuito que salva. Por eso Jesús agradece a su Padre, porque su grandeza consiste en su amor, y nunca obra fuera del amor». Los que pretenden ser grandes no pueden entender estas cosas, recordó el Papa.

 No seamos ingenuos viendo hechos portentosos donde no los hay. Pero tampoco seamos tan incrédulos o mal intencionados para afirmar como aquellos fariseos del evangelio que ante la evidencia de algún milagro afirmaron que lo hacía por orden de Beelzebú. Hoy, no faltan, quienes se rasgan las vestiduras porque la inmensa mayoría de los milagros de hoy, los aprobados por la Iglesia, acontecen en personas humildes, en alejados, en gentes de mala vida sin referencia a lo religioso. Pero en ellos funciona la misericordia del Señor y el camino siempre lento pero posible de la conversión, como la mujer pecadora a quien perdonó Jesús y le dijo, vete y no peques más. Las matemáticas de Jesús, antes y ahora desconcierta, pues tiene preferencia por los excluidos y no por los que se sienten como el fariseo que daba gracias a Dios porque no era como los demás hombres.

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