El sentido y el significado (III)

El hombre siempre necesita del sentido para determinar un significado. Cualquier acontecimiento, y no exclusivamente los objetos que encuentra, pueden causarle una impresión del alma. La impresión es real pero invisible; por ende, quien la vive la idea, la comprende, la piensa, le busca sentido y la valora como divulgable o no. Al ser divulgable escudriña las imágenes y los conceptos —en efecto, la importancia de la contemplación y la reflexión—, estableciendo con ellos las mejores estrategias que hacen oportuno un mejor y natural significado.

En tal óptica, el significado aparece en las proposiciones, y con éstas las afecciones del alma llegan a representarse en símbolos que contribuyen a la amplificación del juicio. La comunicación de proposiciones desentraña dos aspectos; uno, el ser factores de análisis que, en forma de oraciones simples o complejas, —por ej., el día está nublado/puedes ir o esperarte—, reúnen la conveniente combinación de la frase; y dos, aun las más cómodas al análisis, proponen una coherencia semántica y sintáctica, de ningún modo por estar ya perfeccionadas y definidas cual mera colección de argumentos, sino porque éstos en ellas son definitorios.

La representación de las proposiciones, verbal o escrita, puede asimismo reunir datos extralingüísticos (o extra verbales, por ej., risa, llanto, gestos, etc.) en los que también atañe el valor genérico de verdadero o falso, y con el cual ha de examinarse la proximidad de lo relatado a los datos sensibles. Desde luego, esto impulsa la necesidad de ulteriores demostraciones, y signa el grado de raciocinio y respeto a exhibir en sus formulaciones.

En lo cotidiano emergen informaciones sucesivas, y en esta sucesión, acicalando con demasía las proposiciones, esto es, las propuestas, algunos dan paso a la contradicción en relación a la naturaleza de las cosas; acusan a la filosofía, a la literatura, a la comunicación de logomaquia, de revoltijo de puros enajenamientos, y, no obstante, en sus opiniones corroboran el barullo de la abstracción con la realidad, asintiendo proposiciones informativas que, con estilo, legitiman la instrumentalización de la palabra y condicionan su recta comprensión.

Por supuesto, la palabra es parcial a la falsedad cuando la parcializan a ella. Sin embargo, sostiene en los dialogantes un proceso ascendente en la claridad del entendimiento, pues él lo acogemos mejor cuando nos prestamos atención uno después del otro. Entonces, antes de decir algo a otro conviene prever que pudo ya haberlo observado y conocido.

Pbro. Dr. Horacio R. Carrero C.

28-04-24